jueves, 5 de septiembre de 2013

Diario

Inspirado en el cuento “Texto en una libreta” de Julio Cortázar.

6 de febrero de 2013.

Cuando el padre Josep me contrató para llevar el control de la gente que entraba y salía de la Catedral de Barcelona nunca creí que pronto iba a conocer muy bien cada una de las iglesias de la ciudad, él me pareció una agradable persona, aunque con carácter fuerte, siempre era gentil con los demás. Yo no tenía trabajo y necesitaba ese empleo, era fácil, tenía un contador con el que marcaba la cantidad de gente que iba entrando, verificando que pagaran los correspondientes seis euros, también debía contar la gente que salía (lo cual me parecía algo inútil, pero el padre Josep quería llevar el control de todo).

Según lo que me dijeron en la iglesia en ese momento (y que ahora sé que es mentira), el anterior verificador renunció por problemas personales, aunque algunas otras personas me decían que se le veía muy nervioso, y un día solamente no se presentó.

Comencé a trabajar un martes, fueron ciento diecinueve personas que entraron y salieron de la catedral, el miércoles no fue muy diferente, ciento treinta y tres, jueves, viernes y sábado, el número aumentaba de a poco, me gustaba mirar a las personas, a Barcelona llegan muchos turistas, todos ellos son diferentes, empezaba a adivinar su nacionalidad por sus rasgos, los irlandeses son todos altos y rubios, los estadounidenses son parecidos pero en su mayoría más obesos, los mexicanos son de tez morena al igual que varios sudamericanos, pero cambian en sus rasgos y acentos. Y así una semana en la que mi rutina iba a la perfección, el padre Josep me trataba muy bien, los demás trabajadores de la iglesia también lo hacían, era tan sólo el conserje Carles el que me daba un mal presentimiento, me veía extraño cada día al entrar, supongo que desde el primer momento le caí mal.

Pasó una semana y el sábado, el día con más concurrencia en la catedral, yo veía a las personas entrar y salir, algunos franceses lo hicieron, alemanes, portugueses y muchos españoles, también había quienes son difíciles de adivinar, una mujer que tenía pinta de africana, aunque no pude adivinar el país, y también dos hombres que salieron, parecían catalanes pero se veían muy pálidos, eso me hizo dudar su país de procedencia.

Terminé el día y por primera vez los números discreparon, en el marcador conté trescientas treinta y seis personas entrantes, pero salieron trescientas treinta y ocho, ¿cómo era eso posible? En ese momento me pareció irrelevante, tal vez sólo un error de cálculo, se lo comenté al padre Josep pero él parecía preocupado, me pidió que verificara la cuenta y así lo hice, pero el resultado fue el mismo, al final lo atribuimos a una pérdida de los boletos vendidos.

El jueves siguiente ocurrió la segunda anomalía, fueron ciento noventa y seis personas las que tuvieron registro al entrar, pero al salir sólo fueron ciento noventa y cinco, al padre Josep le alteraban mucho estas diferencias, esa noche estuvo revisando conmigo el registro, me di cuenta que el conserje Carles nos veía desde una oscura esquina, en ese momento sospeché que él tenía algo qué ver con la diferencia de números. Pasamos unas horas revisando pero ocurrió lo mismo que la vez anterior, y sin poder encontrar solución al error, lo declaramos una vez más equivocación humana.

Después de la incoherencia en los números la primera vez, yo había puesto mucho más empeño y atención en el registro de las entradas, sabía que no era un error mío y entonces recordé a uno de esos hombres, uno de ellos, que parecen catalanes pero son muy pálidos, entró a la Catedral pero nunca salió, es muy diferente entre la gente, lo hubiera recordado, entonces me escondí al fondo de la iglesia, esperé a que todos se fueran y a que el padre Josep cerrara, hecho esto, me dirigí al lugar en donde Carles guardaba sus cosas y donde pasaba la mayor parte del tiempo, era un cuarto pequeño en donde ya casi no cabían las cosas, en su mayoría herramientas de limpieza, busqué inútilmente por varios minutos, pero en el cuarto no había nada, cerré la puerta y estaba decidido a caminar de regreso pero de repente una tenue luz atrajo mi vista, provenía del suelo, a un lado de la puerta y debajo de una pequeña mesa que se encontraba ahí, moví el mueble y pude ver una puerta de madera que inmediatamente levanté y que reveló unas estrechas escaleras iluminadas por pequeños focos empolvados, como no había nadie que me detuviera y siguiendo el instinto curioso que siempre me ha metido en problemas, bajé silenciosamente por el pequeño pasillo lleno de escalones dificultosos, al final de ellos encontré tres túneles mal iluminados y con piso de tierra, las paredes eran de ladrillos viejos color mostaza y en el techo se podía ver mucha humedad, tomé la vertiente de la izquierda, caminé silenciosamente por el túnel, no era muy largo y al final tuve que girar, una vez más, a la izquierda, lo cual me reveló un pasillo más extenso lleno de celdas, avancé un poco más para ver si podía encontrar algo o a alguien dentro de ellas, pero no, todas estaban vacías.

Pasaron aproximadamente veinticinco minutos y yo seguía caminando, en diferentes celdas encontré artículos variados como ropa, platos e incluso huesos que en ese instante pensé que eran de animal, ahora me temo que tal vez no sea así… en fin, ninguna señal de vida. Por fin llegué al final del trayecto, encontré otras escaleras, de igual manera muy descuidadas, viejas y dificultosas para subir, pero aun así lo hice, aunque en este momento me arrepienta de haber descubierto lo que vi. Cuando abrí la puerta superior lo primero que se presentó a mi vista fue un atrio, era conocido para mi, muy familiar de hecho, cuando volteé el rostro la sorpresa fue mayor, ¡me encontraba en la Sagrada Familia! El edificio y templo religioso más importante de Cataluña. Por un momento me sentí desconcertado, no sabía qué pensar, pero después de reflexionarlo por un rato o dos, uno o dos de esos ratos eternos que parecen tan cortos que no sientes que hayan pasado, concluí que no era muy extraño, en muchas épocas y en muchos lugares las iglesias han construido estructuras por debajo de las ciudades para protegerse de guerras o ataques. Esa noche regresé a la Catedral, regresé como lo hacen las ratas, silencioso, cuidadoso, por debajo de la ciudad, donde nadie puede verme.


7 de febrero de 2013.

Me encontraba aterrorizado en la iglesia de Sta. María del Mar, ni siquiera lo podía creer posible, la noche anterior al llegar a la Sagrada Familia imaginé miles de historias que parecían fantasía acerca de los túneles, situé esas historias en una época muchos años atrás, todo se veía tan lejano.

Me quedé paralizado por un momento, aun seguía asimilando lo que acababa de ver, ese hombre a la mitad del túnel del medio me dijo que saliera de ahí, los demás en las celdas me veían con miedo. Después de correr hasta la iglesia mis pies no me dejaban regresar, no sólo por cómo temblaban, sino por la falta de fuerza también.

Esa noche intenté salir por las puertas del templo de Sta. María y regresar a mi casa por la calle, las noches en Barcelona están llenas de vida y necesitaba ver esa energía para dejar atrás la del túnel, pero fue inútil, todo estaba cerrado.

Bajé una vez más las estrechas escaleras, fue como un déjà vu en reversa sólo que yo caminaba hacia adelante, las tenues luces me dejaban ver los demacrados y pálidos rostros de las personas en las celdas, conforme yo iba pasando todos me observaban, no hubo uno solo que no lo hiciera, y cada par de ojos siempre transmitía miedo. Hay un pequeño niño ahí (o al menos yo supongo que sigue ahí, estoy seguro de que es casi imposible salir), por su apariencia pude deducir que no llevaba mucho tiempo encerrado, se veía algo inquieto, pero la cadena alrededor de su tobillo no lo dejaba mover.

Estaba también aquella anciana sentada en la esquina de su celda, su cuerpo tenía menos fuerza que mis piernas, que seguían temblando, las personas a su alrededor eran más jóvenes, pero se notaban igual de acabados. Tardé unos doce minutos en llegar a la Catedral, todo el camino fue callado, mis pies andantes fueron los únicos que hicieron ruido, al fin salí del lugar.

Llegué a mi cama pero no pude dormir, estuve tratando de asimilar por horas lo que había visto, pero simplemente me fue imposible. Pensé en mil y dos cosas qué hacer, pero en cada una las consecuencias eran desastrosas, ya fuera para mí o para las personas que se encontraban prisioneras ahí abajo. Y así pasó la noche.


8 de febrero de 2013.

Trescientas once personas entraron y salieron.
Doscientas diecinueve personas entraron y salieron.
Ciento veintitrés personas entraron y salieron.
Ciento treinta y cinco personas entraron y salieron.

Llegó la noche del martes.

Para las diez de la noche ya estaba desesperado, a punto de llamar por teléfono al padre Josep para pedir ayuda, pero fue desde las nueve y media que, después de que cerraran las puertas de la Catedral, descubrí a Carles entrando por la puerta escondida hacia los túneles. Llevaba ya cuatro días meditando la situación, pero no había tomado una elección, antes de acudir a la policía decidí recaudar más información y me encaminé a seguir al conserje. Bajé silenciosamente y cuando llegué a la bifurcación de los tres caminos, escuché pasos en la vertiente de la derecha. Caminé silenciosamente y con cuidado, era el único camino que no conocía así que traté de ser muy cauteloso, éste era mucho más complejo, había más pasillos que cruzaban el principal.

Los pasos de Carles se escucharon cerca y me escondí en uno de esos pasillos, un hombre de mediana edad, con ropa muy sucia y piel sin color me vio, estaba en una celda en donde había algunas herramientas de trabajo muy austeras en el piso, con el dedo índice en mis labios le hice una seña para que no hiciera ruido, seguí caminando y vi a varias personas en la misma situación, hombres, mujeres y dos niños, otra vez el miedo los dejaba mudos e inmóviles.

De pronto una luz al principio del pasillo llamó mi atención, volteé y logré ver a Carles, que enseguida me empezó a perseguir. Corrí entre la red de pasillos, en todos y cada uno descubrí lo mismo, hasta que, según mis deducciones, llegué al final del túnel en donde encontré una escalera, volteé y el conserje ya no se veía venir detrás de mí así que subí, y como era de esperarse, salí a la iglesia de Sant Pau del Camp (quién sabe hasta cuántas iglesias estarán conectados los pasillos del último túnel), estando ahí llamé inmediatamente al padre Josep, le dije que tenía algo que mostrarle y llegó de inmediato al escuchar mi preocupación. Bajamos cautelosamente y cuando él vio lo que se encontraba justo debajo de las iglesias que él pisaba día a día, su rostro se llenó de horror, de consternación. Caminamos un poco, le conté que Carles estaba involucrado y que había que tener cuidado porque estaba ahí abajo buscándome.

-¿Por qué no me habías dicho nada?- Me preguntó.
-Decidí esperar a tener más información, estar más seguro de lo que estaba pasando-
-Vámonos de aquí-
Y regresamos por la red de caminos en la que nos habíamos metido, caminamos unos tres minutos, pero ya me sentía perdido. Dimos la vuelta en uno de los pasillos, entonces el padre Josep volteó hacia mí, en sus ojos había una pesada vibra, y rápido abrió una celda y me empujó hacia dentro, pero antes de que la cerrara logré dirigir un golpe a su mentón y corrí.

Corrí, corrí, corrí, me agité y corrí, mi respiración fallaba, me perdí, y después de correr, corrí un poco más. Pase por una esquina y una mano en mi boca detuvo mi carrera.

-No hagas ruido- Dijo Carles muy quedo en mi oído.
-El padre Josep lleva años encerrando a la gente aquí obligándola a trabajar, manufacturan productos religiosos que se venden por todo Barcelona, sé que te diste cuenta cuando los números no resultaron iguales, el sábado diecinueve de enero dos prisioneros escaparon, el jueves veinticuatro uno de ellos regresó porque su familia aún está aquí, pero no logró volver a salir. Descubrí lo que el padre está haciendo, empecé a hablar con esta gente, ya pronto los sacaré de aquí, ellos confían en mí. Ahora voy a quitar mi mano de tu boca y espero que me dejes ayudarte, yo conozco la salida-

Y así fue, Carles retiró su mano y lo volteé a ver, él empezó a caminar y yo tan sólo lo seguí, varias veces escuchamos al padre Josep acercarse, pero Carles conocía muy bien el camino y siempre lo evitamos. Llegamos a un pasillo largo y al final pude ver la escalera que sube hacia la Catedral, apresuré el paso para llegar, iba a un lado del conserje, lo primero que haría al salir sería ir con la policía, pero a la mitad del camino él se detuvo, fueron las últimas palabras que escuché.
-Tiene a mi familia, eres tú o yo, perdón- Y de un golpe me dejó inconsciente.


9 de febrero de 2013.

Unas trescientas personas deben estar entrando hoy a la Catedral, si no me equivoco, hoy es sábado, a veces escucho al padre Josep hablar con Carles afuera de la puerta, me dan cada día comida y agua por una pequeña reja que pueden abrir sólo desde fuera, pero cada vez es menos. Por la apariencia del cuarto puedo deducir que en la desesperación de Carles, me metió en la oficina de Josep, llevo once días encerrado aquí. Creo que empezarán a negociar conmigo, el trabajo de prisionero por la comida. Sólo mantengo la esperanza de que alguien, algún día, lea este diario. Llevo once días encerrado aquí, mi piel ya comienza a verse pálida…