Y tirado en el piso encima de escombros de papel, cartón y algunos caramelos que los demás niños pronto recogían, por las mejillas del pequeño Luis corrían algunas lágrimas que reflejaban el brillo de la luna mientras él sufría por el dolor de su enamorada que ahora estaba rota.
Luis la conoció algún tiempo antes de su cumpleaños número nueve, era la primera vez que veía a alguien como ella, era callada pero muy divertida, todo el tiempo tenía una sonrisa dibujada en su rostro, era un poco más bajita que él, de su ropa colgaban siempre pequeñas tiras de colores que irradiaban energía, sus ojos eran marrones, grandes y hermosos y en su cabello castaño llevaba un listón de color rosa. Cuando llegó a la vida de Luis fue como si transformara todo, ese inocente corazón de niño se llenó primero de alegría que en poco tiempo se transformó en amor, era la felicidad que le brindaba lo que él necesitaba.
Había algo extraño en ella, pues cuando llegó a este mundo fue como si la hubieran olvidado, vivió sin cariño, sin compañía, sin amor, estaba totalmente vacía, Luis vino a cambiarlo todo. Después de unos días la presentó con sus amigos, jugaban con ella y mientras más convivían, los niños junto con Luis la llenaban de cosas dulces y poco a poco su corazón se sentía más y más lleno, al fin se sentía querida, parte de algo, y la felicidad en ella hacía también más feliz a Luis.
Con los días, el pequeño se volvió un gran apoyo para ella y los dos se complementaban, eran como de mundos diferentes pero se entendían como uno mismo, ahora ella estaba completamente viva, su interior estaba al fin lleno.
Llegó el día de su cumpleaños, Luis estaba muy emocionado, los demás niños también, se encontraban todos en el jardín de su casa cuando su enamorada salió por la puerta principal, se veía más hermosa que nunca, su vestido se movía lento junto con el viento, sus ojos brillaban, su sonrisa deslumbraba y se acercaba poco a poco al cumpleañero, en ese momento la madre del infante salió y cargó a la pequeña, sin razón aparente para Luis la colgó de su blusa a una cuerda en medio del lugar, los demás niños gritaron de emoción y corrieron hacia ella con gran energía, el infante no sabía lo que ocurría, de pronto de ella comenzaron a caer dulces, mismos que ellos días antes habían puesto en su lugar, él, al ver lo que pasaba, se derrumbó y arrodillado miraba conmocionado cómo de los ojos de ella brotaban algunas lágrimas, como sintiendo que le quitaban en ese momento eso que la había hecho sentirse amada, como sufriendo por vaciar la esencia del interior de su corazón, y Luis sufría con ella, y comenzó a sentir un dolor que subía desde su estómago hasta su garganta y una gran impotencia de saber que ella estaba perdiendo lo que le había dado vida, cuando los niños se alejaron de ella y revelaron lo que quedó del espíritu destrozado de la pequeña, él gritó fuertemente y corrió dentro de la casa, los demás en el jardín no entendían qué ocurría, Luis regresó muy rápido y con una cinta empezó a pegar los pedazos del cuerpo de su enamorada, uno a uno empezó a unirlos, había un silencio conmovedor, a excepción del llanto del niño que desesperado seguía juntando el papel y cartón, finalmente tomó su rostro y lo puso en su lugar, una última lágrima cayó en ella y con todas sus fuerzas la abrazó…
Por un momento todo fue silencio, cada niño en el jardín miraba lo que estaba pasando, cada uno de ellos entendió lo que había ocurrido cuando escucharon lo que ella dijo en ese momento.
Hoy, después de algunos años, cada uno de ellos aseguran que cuando Luis abrazó con todo su amor a aquella pequeña a la que arregló después de sentir que había perdido lo que le había dado vida, de la boca de la piñata y con una lágrima en su mejilla, le dijo “gracias” al oído con un susurro de amor…