jueves, 20 de julio de 2017

El vuelo del dragón

Siempre me aterraron las montañas rusas, la primera vez que subí a una tenía 9 años, la feria había llegado a la ciudad y con ella, la euforia en las calles del barrio por los juegos de velocidad, todos los infantes de la cuadra fuimos a ver las atracciones, eran buenos tiempos para ser niño.

Ese día en la mañana se hablaba en las noticias del fallecimiento de un gran músico, en entrevista sus ex compañeros de banda hablaban de cuánto lo sentían y de cómo les hubiera gustado haber pasado los últimos años con él en lugar de haber dejado de frecuentarse después de separarse el grupo, también hubo noticias del eclipse total de luna que ocurriría esa noche y de una extraña migración de murciélagos que venían de Sudamérica para pasar el verano en alguna parte del norte del país.

“El vuelo del dragón” se llamaba el juego más alto y veloz de la feria. Esa noche mis amigos y yo nos formamos para subir y esperamos 50 minutos para llegar al frente de la fila, para ese momento mis manos sudaban y mis piernas temblaban tan fuerte que casi no podía sostenerme, pasamos por un lado del hombre que cuidaba la entrada a la atracción y nos detuvo a todos, 1.10 mts de estatura era lo necesario para poder subir al juego, mis amigos no alcanzaron la altura, pero yo que siempre fui el más alto de todos, era el único que podía entrar. Me hice el valiente, me senté en el carro del centro y amarré fuerte mi cinturón de seguridad. El juego empezó a avanzar, cerré mis ojos y me sostuve de los tubos que me rodeaban, la velocidad empezó a incrementar y conforme avanzaba, las vueltas, subidas y bajadas del juego comenzaban a agradarme, por fin abrí los ojos y pude ver a la gente a mi alrededor, todos reían y gritaban de emoción, voltee al cielo y vi la luna escondiéndose de a poco, como guiñándome el ojo, empecé a sonreír y dejé que la adrenalina me contagiara, solté mis manos del manubrio y las subí alto, me reí y entonces lo sentí, algo golpeó en mi mano, giré mi rostro y vi una gran mancha de murciélagos volando hacia nosotros, uno pegó fuerte en la cara de una mujer frente a mí, el impacto la dejó inconsciente y el animal prácticamente explotó con el golpe, la sangre de los dos cayó en mi rostro, justo después una docena más de esos animales volaron hacia el carro de la montaña rusa, muchos de ellos entraron al riel sobre el que nos movíamos y el juego se atascó violentamente, frenamos justo en la vuelta más pronunciada de la atracción y yo quedé inmóvil, de cabeza y con sangre escurriendo desde mi barbilla y hasta mi frente, después perdí el conocimiento.

Todavía sueño con ese día, han pasado 27 años y aún despierto en las madrugadas aterrado por lo que pasó.

Pensé estar enloqueciendo, esa noche mi mente parecía jugar conmigo, me encontraba sentado en el único sillón que tengo como sala, es individual y no muy cómodo, veía las noticias como es mi costumbre, y lo escuchaba, por una razón inexplicable comencé a escuchar una montaña rusa, podía oír el roce de las ruedas con los rieles, a la gente gritando, incluso juré sentir que la casa retumbaba y reafirmaba que estaba enloqueciendo. Carlos salió por la puerta de su habitación y gritó:
-¡La feria ya llegó! ¡La feria ya llegó!
Salimos de la casa y ahí estaba, la feria se encontraba justo a un lado de mi casa y en medio de ella, El vuelo del dragón.

El miedo suele ser un impulso para la sobrevivencia, es esa fuerza que te advierte sobre el peligro, es el mal tratando de ayudarnos. Pasé toda mi vida con fobia a las montañas rusas, sin embargo, hubo algo a lo que siempre temí con mayor fervor. Después del día del accidente con El vuelo del dragón, los cinco amigos que me acompañaron a la feria se preocuparon mucho por mí, nos hicimos muy unidos y con ellos pasé prácticamente toda mi infancia y adolescencia hasta que al salir de la preparatoria, cada uno tomó caminos diferentes y dejamos de frecuentarnos. Hubo algo a lo que siempre temí con mayor fervor, sentirme solo es algo que siempre me ha aterrado, y en este momento de mi vida, es justo como me encuentro…

Esa noche mi hijo me llevó a la feria, mientras él entró corriendo y emocionado, yo entraba lento, queriendo retrasar el tiempo, caminábamos por los pasillos iluminados por las luces de los juegos, a toda costa evitaba aquella montaña rusa que hacía retumbar el suelo a su paso, llevaba a Carlos a las atracciones más tranquilas. Él subió a unas sillas voladoras y mientras lo esperaba abajo, vi caminar por un lado a Gabriel.

A Gabo fue al primero que vi aquella noche de eclipse lunar, me encontraba acostado en el piso y él sostenía un algodón con alcohol en mi nariz, cuando abrí los ojos él me sonrió y pude sentir su alivio porque yo regresaba a la realidad. Se convirtió en mi mejor amigo, fuimos inseparables por muchos años, éramos de esos que espiábamos el vestidor de mujeres, que llevábamos serenatas juntos, que alguna vez tuvimos novias gemelas. Nos vimos pocas veces después de que él se fue a estudiar la universidad, cada vez fueron menos frecuentes, lo último que supe de él fue que se casó, no fui invitado a la boda, y tres meses después se divorció, dicen que su ex esposa lo engañó con el padre que los casó.

Así que lo vi esa noche, sinceramente sentí un gusto enorme de ver a alguien conocido, él también me vio y me saludó desde lejos, me sonrió y yo hice lo mismo, y después de un ademán, él siguió su camino. Y eso fue todo, me di cuenta de que llevaba dieciocho años sin ver al que creía mi mejor amigo, y sólo me saludó de lejos. Carlos bajó de las sillas voladoras.

Escuché mi nombre a lo lejos, mientras compraba un algodón de azúcar para mi hijo escuché mi nombre a lo lejos que se mezclaba con el penetrante ruido de El vuelo del dragón, volteé y vi a Eva, en mi estómago sentí algo que subió rápidamente hasta mi pecho, como cada vez que la veía.

A Eva la recuerdo como un ángel, recuperé la conciencia aún con sangre en mi rostro y ella tomaba mi mano fuerte, fue sentirla junto a mí lo que me motivó a abrir los ojos. Llamamos “amor de mi vida” a aquella persona a la que entregamos cada sentimiento, a ese gran amor que nunca olvidaremos, por el que siempre moriríamos. Ese día lo supe, casi inconsciente y con 9 años de edad, supe que Eva sería importante para mí. Hoy, y aun cuando estuve casado con alguien más, sigo afirmando con toda seguridad que Eva es el amor de mi vida.

-Mucho tiempo sin verte- le dije.
-Los últimos años pasaron más rápido…
-Cada año que pasa a mí se me hace más largo.

Eva y yo nos habíamos visto ocasionalmente después de la preparatoria, cada una de esas veces me enamoraba más de ella, ésta no fue la excepción.

-¿Es tu hijo? No lo conocía- Me preguntó.
-Sí, él es Carlos, se llama así por el chocolate.

Esperé un momento e hice la pregunta que moría por hacer.

-Y tú, ¿vienes sola?
-No, vengo con mi hija también, está en los carritos chocones…

Todos tenemos una “Eva”, ese amor que sabes que es perfecto aún con sus errores, ese amor que, por ser perfecto, sabes que no es para ti pero que egoístamente esperas que no sea de nadie más, pues eso mantiene viva la esperanza. Eva era un alma libre y pensaba que por ello nunca encontraría a alguien con quien pasar el resto de su vida, no porque no lo valiera, sino porque era indomable y segura. Por supuesto, estaba equivocado, y la noticia de su familia terminó con esa esperanza que todavía tenía.

-Tengo que ir por ella- Me dijo después de un pequeño silencio incómodo.
-Sí, ve con tu hija.

No nos despedimos, tal vez porque ninguno quería que esa fuera una despedida, o tal vez yo no lo quería y para ella solamente no nos despedimos.

Eva se recostó en mi pecho, yo la abracé, sentí su olor, su alegría, su manera de mirarme, me sonrió y con su corazón me decía todo lo que no se atrevía. Yo la sostenía, mi respiración comenzó a ser más lenta pues sentía que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta, ella se acercó a mí y sostuvimos la mirada, los dos de frente, muy cerca del otro, y esa extraña sensación la sentí por primera vez, esa que empieza en el estómago y sube hasta el pecho... me sacudió de pronto un golpe de alcohol que respiré y repentinamente desperté, sentí su mano tomando la mía y supe que era ella. Cuando llevas veinte minutos colgado de cabeza, la sangre comienza correr hacia abajo hasta acumularse en el cerebro, esto hace que empieces a tener alucinaciones.

Subí con Carlos a la atracción de las tazas giratorias, estábamos esperando a que comenzara el juego cuando se subieron a nuestra taza Beto y Fina.

-¿Beto?- Pregunté en voz alta para llamar su atención.
-No lo creo… ¿cuánto tiempo que no te vemos?- respondió Fina, que se vio más emocionada.
-Creo que desde lo de Julia…- Dijo Beto.

Comenzaron a girar las tazas.

Beto y Fina se aman desde que eran niños y se amarán hasta que envejezcan, comenzaron su relación el día que a mí me atacó una bandada de murciélagos y desde entonces han sido inseparables, muchas veces los envidié, pues Julia también iba ese día con nosotros y para mí la historia fue muy diferente. Ellos no fueron para mí los amigos con los que salía a tomar una cerveza o con los que iba de viaje un fin de semana, sin embargo, fueron ellos los que siempre intentaron estar presentes. Pusieron juntos una joyería, fue ahí donde compré el anillo que le di a Julia, su negocio fue exitoso y como nunca tuvieron hijos, lo cuidaban como a uno. Mientras tanto, yo comencé a trabajar en la misma oficina en la que me he sentado por los últimos 26 años. Julia dejó trunca su carrera en ingeniería química, los únicos “experimentos” que llegó a hacer fue mezclar su cocaína con alcohol, su heroína con alcohol y sus metanfetaminas con más alcohol. Cuando murió de sobredosis, Carlos tenía dos años y Beto y Fina fueron los únicos amigos que llegaron al entierro, esa fue la última vez que los vi.

-¿Cómo te ha ido?- Me gritaba Beto mientras girábamos
-¿Qué?
-¿Que cómo te ha ido?
-Lo mismo de siempre, ¿a ustedes?
-Igual…

De pronto Fina hizo una mueca de asco, volteé y vi a mi hijo que vomitaba a chorros, los giros de las tazas hicieron que el vómito se esparciera por todos lados y los cuatro terminamos llenos de algodón de azúcar y hot dogs que regresaban del estómago de Carlos.

-Perdón, nunca le había pasado- Les decía a Beto y Fina después de bajar de la atracción, estábamos terminando de limpiar la ropa con papel de baño.
-No te preocupes- respondió Beto -estas cosas pasan.

En ese instante vi a Eva pasar una vez más, vi su cabello castaño brillar con las luces de la feria y las pecas en sus mejillas que alguna vez había memorizado. Ella me vio también, se veía hermosa, y yo, estaba lleno de vómito. Beto y Fina se dieron cuenta de nuestro intercambio de miradas.

-Nos tenemos que ir- mencionó Fina mientras aguantaba su sonrisa
-Deberíamos vernos más seguido- dijo Beto mientras nos dábamos un apretón de manos
-¡Por supuesto! Me encantaría, ¿cuándo tienen tiempo?- les respondí
-Pues nos ponemos de acuerdo después-
-Claro… después nos ponemos de acuerdo…- les dije, un poco desilusionado, pues sabía que no pasaría.

Seguí a Eva hasta la fila de un juego en el que se formó, iba con su hija, Carlos comenzó a platicar con ella y dejaron de hacernos caso. Mientras avanzábamos no podía escuchar nada más que su voz, hasta que hizo un comentario que me sacó de la fantasía.

-¿Recuerdas qué pasó la última vez que nos formamos para este juego?- Me dijo mientras yo volteé hacia arriba y me di cuenta de que la fila era la de El vuelo del dragón. La piel se me erizó y sentí que mi cuerpo se congelaba.
-Sí, había un eclipse total de luna y me atacaron los murciélagos.
-No eso, lo que pasó antes.
La miré por unos segundos y titubeante dije lo que recordaba.
-Te tomé de la mano por primera vez.
Eva también guardó silencio por un momento.
-¿Qué nos pasó?
-Era sólo una fantasía de niños.
-No, era más que eso y algo pasó.
-Nos pasó un error.
-¿Un error?
-Sí, Julia fue el error.

Ni Eva ni Julia lo supieron nunca, en realidad, nadie lo supo hasta esa noche. Estuvimos formados 50 minutos en la fila de El vuelo del dragón y fueron suficientes para contarnos todo. Eva nunca se casó, se embarazó en un viaje al extranjero y nunca volvió a tener noticias del padre de su hija. Yo confesé que traté de decirle lo que sentía mil veces y en cada una el miedo me lo impedía, por eso me hice el valiente aquel día, porque no podía llamarme a mí mismo un cobarde y fue así como trataba de demostrármelo. Así pasé varios años, amándola contenidamente, apretando fuerte lo que sentía, callando las voces que querían decirlo. En todo ese tiempo, Eva y Julia fueron mejores amigas y, por lo tanto, cada vez que trataba de acercarme a Eva, Julia estaba ahí. Pensé que era indiferente para ella, pensé que era invisible para sus ojos.

Faltaba una semana para terminar la preparatoria, sabía que todos tomaríamos caminos diferentes, así que decidí decirle a Eva lo que necesitaba sacar de mi pecho. Fui caminando a su casa, eran sólo diez minutos a pie, el sol ya casi se ocultaba y apresuré el paso, a la mitad del camino me encontré a Julia, o más bien ella me encontró. Esa tarde Julia me besó, me quedé inmóvil, nos miramos por un momento y no supe qué decir, y como no dije “no”, ella lo entendió como un “sí”, después de eso no supe cómo decirle que no quería estar con ella y una vez más, mi cobardía ganó.

Llegamos al frente de la fila.

-Sube conmigo- Me dijo Eva mientras tomó mi mano, yo volteé a ver el juego y sentí que mi interior se petrificaba.
-No puedo.
-Todo va a estar bien, sube conmigo- repitió mientras me veía a los ojos, la miré también, pensé en cómo el destino nos llevó a ese momento en ese lugar y supe que no debía desperdiciar otra oportunidad. Subí a El vuelo del dragón una vez más, cerré mis ojos, tomé la mano de Eva y empezamos a avanzar, el juego comenzó lento los primeros segundos y en la primer bajada aceleró repentinamente, escuchaba a Eva a mi lado gritar de emoción mientras yo sentía que mi corazón dejaba de latir, el asiento se movía violentamente y no hacía más que aumentar mi pavor, nos acercábamos a aquella curva, mi respiración aumentaba con la agitación que sentía, abrí los ojos y la vi acercarse, esa vuelta de la que no pasé la última vez, el juego aceleró una vez más, íbamos cada vez más rápido para lograr pasar por aquella pirueta, entramos en ella y estaba en un estado tan abrumador que no pude ni cerrar los ojos, vi cómo dimos la vuelta, cómo por un momento estaba de cabeza, volteé hacia un lado y la vi, había en el cielo una mancha grande que se acercaba hacia mí…

No era nada… cuando me di cuenta, estábamos en el último tramo de la atracción.
-Te amo…- Le dije a Eva mientras la velocidad aún sacudía mi rostro -Lo he hecho desde que te vi por primera vez y lo seguiré haciendo por lo que me resta de vida…

Eva no dijo nada, apretó fuerte mi mano y el juego terminó.

Quedamos de vernos al día siguiente y no nos despedimos, porque ninguno quería que fuera una despedida. Regresé a mi casa con Carlos, sentí felicidad por primera vez en mucho tiempo, pues de alguna manera, sentí que no estaba solo. Mi hijo entró a su cuarto, yo me senté en el sillón y prendí la televisión, en las noticias se estaba transmitiendo en vivo el eclipse total de luna que esa noche se vio en mi ciudad y se hablaba de una extraña migración de aves que venían de Sudamérica, en ese momento escuché un estruendo fuerte justo arriba de mí.

Al día siguiente en las noticias se hablaba del accidente que ocurrió con la feria que llegó al pueblo, su atracción principal, “El vuelo del dragón” había sufrido un imperfecto y uno de los carros de la atracción se descarriló en el punto más alto del juego, salió volando por los aires y cayó en una de las casas que se encontraban a un lado, desafortunadamente atravesó el techo y cayó sobre un hombre que se encontraba en el único sillón de su sala, quitándole la vida al instante… Lo más curioso de la nota, en el rostro del cuerpo sin vida había una sonrisa dibujada…