jueves, 20 de julio de 2017

El vuelo del dragón

Siempre me aterraron las montañas rusas, la primera vez que subí a una tenía 9 años, la feria había llegado a la ciudad y con ella, la euforia en las calles del barrio por los juegos de velocidad, todos los infantes de la cuadra fuimos a ver las atracciones, eran buenos tiempos para ser niño.

Ese día en la mañana se hablaba en las noticias del fallecimiento de un gran músico, en entrevista sus ex compañeros de banda hablaban de cuánto lo sentían y de cómo les hubiera gustado haber pasado los últimos años con él en lugar de haber dejado de frecuentarse después de separarse el grupo, también hubo noticias del eclipse total de luna que ocurriría esa noche y de una extraña migración de murciélagos que venían de Sudamérica para pasar el verano en alguna parte del norte del país.

“El vuelo del dragón” se llamaba el juego más alto y veloz de la feria. Esa noche mis amigos y yo nos formamos para subir y esperamos 50 minutos para llegar al frente de la fila, para ese momento mis manos sudaban y mis piernas temblaban tan fuerte que casi no podía sostenerme, pasamos por un lado del hombre que cuidaba la entrada a la atracción y nos detuvo a todos, 1.10 mts de estatura era lo necesario para poder subir al juego, mis amigos no alcanzaron la altura, pero yo que siempre fui el más alto de todos, era el único que podía entrar. Me hice el valiente, me senté en el carro del centro y amarré fuerte mi cinturón de seguridad. El juego empezó a avanzar, cerré mis ojos y me sostuve de los tubos que me rodeaban, la velocidad empezó a incrementar y conforme avanzaba, las vueltas, subidas y bajadas del juego comenzaban a agradarme, por fin abrí los ojos y pude ver a la gente a mi alrededor, todos reían y gritaban de emoción, voltee al cielo y vi la luna escondiéndose de a poco, como guiñándome el ojo, empecé a sonreír y dejé que la adrenalina me contagiara, solté mis manos del manubrio y las subí alto, me reí y entonces lo sentí, algo golpeó en mi mano, giré mi rostro y vi una gran mancha de murciélagos volando hacia nosotros, uno pegó fuerte en la cara de una mujer frente a mí, el impacto la dejó inconsciente y el animal prácticamente explotó con el golpe, la sangre de los dos cayó en mi rostro, justo después una docena más de esos animales volaron hacia el carro de la montaña rusa, muchos de ellos entraron al riel sobre el que nos movíamos y el juego se atascó violentamente, frenamos justo en la vuelta más pronunciada de la atracción y yo quedé inmóvil, de cabeza y con sangre escurriendo desde mi barbilla y hasta mi frente, después perdí el conocimiento.

Todavía sueño con ese día, han pasado 27 años y aún despierto en las madrugadas aterrado por lo que pasó.

Pensé estar enloqueciendo, esa noche mi mente parecía jugar conmigo, me encontraba sentado en el único sillón que tengo como sala, es individual y no muy cómodo, veía las noticias como es mi costumbre, y lo escuchaba, por una razón inexplicable comencé a escuchar una montaña rusa, podía oír el roce de las ruedas con los rieles, a la gente gritando, incluso juré sentir que la casa retumbaba y reafirmaba que estaba enloqueciendo. Carlos salió por la puerta de su habitación y gritó:
-¡La feria ya llegó! ¡La feria ya llegó!
Salimos de la casa y ahí estaba, la feria se encontraba justo a un lado de mi casa y en medio de ella, El vuelo del dragón.

El miedo suele ser un impulso para la sobrevivencia, es esa fuerza que te advierte sobre el peligro, es el mal tratando de ayudarnos. Pasé toda mi vida con fobia a las montañas rusas, sin embargo, hubo algo a lo que siempre temí con mayor fervor. Después del día del accidente con El vuelo del dragón, los cinco amigos que me acompañaron a la feria se preocuparon mucho por mí, nos hicimos muy unidos y con ellos pasé prácticamente toda mi infancia y adolescencia hasta que al salir de la preparatoria, cada uno tomó caminos diferentes y dejamos de frecuentarnos. Hubo algo a lo que siempre temí con mayor fervor, sentirme solo es algo que siempre me ha aterrado, y en este momento de mi vida, es justo como me encuentro…

Esa noche mi hijo me llevó a la feria, mientras él entró corriendo y emocionado, yo entraba lento, queriendo retrasar el tiempo, caminábamos por los pasillos iluminados por las luces de los juegos, a toda costa evitaba aquella montaña rusa que hacía retumbar el suelo a su paso, llevaba a Carlos a las atracciones más tranquilas. Él subió a unas sillas voladoras y mientras lo esperaba abajo, vi caminar por un lado a Gabriel.

A Gabo fue al primero que vi aquella noche de eclipse lunar, me encontraba acostado en el piso y él sostenía un algodón con alcohol en mi nariz, cuando abrí los ojos él me sonrió y pude sentir su alivio porque yo regresaba a la realidad. Se convirtió en mi mejor amigo, fuimos inseparables por muchos años, éramos de esos que espiábamos el vestidor de mujeres, que llevábamos serenatas juntos, que alguna vez tuvimos novias gemelas. Nos vimos pocas veces después de que él se fue a estudiar la universidad, cada vez fueron menos frecuentes, lo último que supe de él fue que se casó, no fui invitado a la boda, y tres meses después se divorció, dicen que su ex esposa lo engañó con el padre que los casó.

Así que lo vi esa noche, sinceramente sentí un gusto enorme de ver a alguien conocido, él también me vio y me saludó desde lejos, me sonrió y yo hice lo mismo, y después de un ademán, él siguió su camino. Y eso fue todo, me di cuenta de que llevaba dieciocho años sin ver al que creía mi mejor amigo, y sólo me saludó de lejos. Carlos bajó de las sillas voladoras.

Escuché mi nombre a lo lejos, mientras compraba un algodón de azúcar para mi hijo escuché mi nombre a lo lejos que se mezclaba con el penetrante ruido de El vuelo del dragón, volteé y vi a Eva, en mi estómago sentí algo que subió rápidamente hasta mi pecho, como cada vez que la veía.

A Eva la recuerdo como un ángel, recuperé la conciencia aún con sangre en mi rostro y ella tomaba mi mano fuerte, fue sentirla junto a mí lo que me motivó a abrir los ojos. Llamamos “amor de mi vida” a aquella persona a la que entregamos cada sentimiento, a ese gran amor que nunca olvidaremos, por el que siempre moriríamos. Ese día lo supe, casi inconsciente y con 9 años de edad, supe que Eva sería importante para mí. Hoy, y aun cuando estuve casado con alguien más, sigo afirmando con toda seguridad que Eva es el amor de mi vida.

-Mucho tiempo sin verte- le dije.
-Los últimos años pasaron más rápido…
-Cada año que pasa a mí se me hace más largo.

Eva y yo nos habíamos visto ocasionalmente después de la preparatoria, cada una de esas veces me enamoraba más de ella, ésta no fue la excepción.

-¿Es tu hijo? No lo conocía- Me preguntó.
-Sí, él es Carlos, se llama así por el chocolate.

Esperé un momento e hice la pregunta que moría por hacer.

-Y tú, ¿vienes sola?
-No, vengo con mi hija también, está en los carritos chocones…

Todos tenemos una “Eva”, ese amor que sabes que es perfecto aún con sus errores, ese amor que, por ser perfecto, sabes que no es para ti pero que egoístamente esperas que no sea de nadie más, pues eso mantiene viva la esperanza. Eva era un alma libre y pensaba que por ello nunca encontraría a alguien con quien pasar el resto de su vida, no porque no lo valiera, sino porque era indomable y segura. Por supuesto, estaba equivocado, y la noticia de su familia terminó con esa esperanza que todavía tenía.

-Tengo que ir por ella- Me dijo después de un pequeño silencio incómodo.
-Sí, ve con tu hija.

No nos despedimos, tal vez porque ninguno quería que esa fuera una despedida, o tal vez yo no lo quería y para ella solamente no nos despedimos.

Eva se recostó en mi pecho, yo la abracé, sentí su olor, su alegría, su manera de mirarme, me sonrió y con su corazón me decía todo lo que no se atrevía. Yo la sostenía, mi respiración comenzó a ser más lenta pues sentía que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta, ella se acercó a mí y sostuvimos la mirada, los dos de frente, muy cerca del otro, y esa extraña sensación la sentí por primera vez, esa que empieza en el estómago y sube hasta el pecho... me sacudió de pronto un golpe de alcohol que respiré y repentinamente desperté, sentí su mano tomando la mía y supe que era ella. Cuando llevas veinte minutos colgado de cabeza, la sangre comienza correr hacia abajo hasta acumularse en el cerebro, esto hace que empieces a tener alucinaciones.

Subí con Carlos a la atracción de las tazas giratorias, estábamos esperando a que comenzara el juego cuando se subieron a nuestra taza Beto y Fina.

-¿Beto?- Pregunté en voz alta para llamar su atención.
-No lo creo… ¿cuánto tiempo que no te vemos?- respondió Fina, que se vio más emocionada.
-Creo que desde lo de Julia…- Dijo Beto.

Comenzaron a girar las tazas.

Beto y Fina se aman desde que eran niños y se amarán hasta que envejezcan, comenzaron su relación el día que a mí me atacó una bandada de murciélagos y desde entonces han sido inseparables, muchas veces los envidié, pues Julia también iba ese día con nosotros y para mí la historia fue muy diferente. Ellos no fueron para mí los amigos con los que salía a tomar una cerveza o con los que iba de viaje un fin de semana, sin embargo, fueron ellos los que siempre intentaron estar presentes. Pusieron juntos una joyería, fue ahí donde compré el anillo que le di a Julia, su negocio fue exitoso y como nunca tuvieron hijos, lo cuidaban como a uno. Mientras tanto, yo comencé a trabajar en la misma oficina en la que me he sentado por los últimos 26 años. Julia dejó trunca su carrera en ingeniería química, los únicos “experimentos” que llegó a hacer fue mezclar su cocaína con alcohol, su heroína con alcohol y sus metanfetaminas con más alcohol. Cuando murió de sobredosis, Carlos tenía dos años y Beto y Fina fueron los únicos amigos que llegaron al entierro, esa fue la última vez que los vi.

-¿Cómo te ha ido?- Me gritaba Beto mientras girábamos
-¿Qué?
-¿Que cómo te ha ido?
-Lo mismo de siempre, ¿a ustedes?
-Igual…

De pronto Fina hizo una mueca de asco, volteé y vi a mi hijo que vomitaba a chorros, los giros de las tazas hicieron que el vómito se esparciera por todos lados y los cuatro terminamos llenos de algodón de azúcar y hot dogs que regresaban del estómago de Carlos.

-Perdón, nunca le había pasado- Les decía a Beto y Fina después de bajar de la atracción, estábamos terminando de limpiar la ropa con papel de baño.
-No te preocupes- respondió Beto -estas cosas pasan.

En ese instante vi a Eva pasar una vez más, vi su cabello castaño brillar con las luces de la feria y las pecas en sus mejillas que alguna vez había memorizado. Ella me vio también, se veía hermosa, y yo, estaba lleno de vómito. Beto y Fina se dieron cuenta de nuestro intercambio de miradas.

-Nos tenemos que ir- mencionó Fina mientras aguantaba su sonrisa
-Deberíamos vernos más seguido- dijo Beto mientras nos dábamos un apretón de manos
-¡Por supuesto! Me encantaría, ¿cuándo tienen tiempo?- les respondí
-Pues nos ponemos de acuerdo después-
-Claro… después nos ponemos de acuerdo…- les dije, un poco desilusionado, pues sabía que no pasaría.

Seguí a Eva hasta la fila de un juego en el que se formó, iba con su hija, Carlos comenzó a platicar con ella y dejaron de hacernos caso. Mientras avanzábamos no podía escuchar nada más que su voz, hasta que hizo un comentario que me sacó de la fantasía.

-¿Recuerdas qué pasó la última vez que nos formamos para este juego?- Me dijo mientras yo volteé hacia arriba y me di cuenta de que la fila era la de El vuelo del dragón. La piel se me erizó y sentí que mi cuerpo se congelaba.
-Sí, había un eclipse total de luna y me atacaron los murciélagos.
-No eso, lo que pasó antes.
La miré por unos segundos y titubeante dije lo que recordaba.
-Te tomé de la mano por primera vez.
Eva también guardó silencio por un momento.
-¿Qué nos pasó?
-Era sólo una fantasía de niños.
-No, era más que eso y algo pasó.
-Nos pasó un error.
-¿Un error?
-Sí, Julia fue el error.

Ni Eva ni Julia lo supieron nunca, en realidad, nadie lo supo hasta esa noche. Estuvimos formados 50 minutos en la fila de El vuelo del dragón y fueron suficientes para contarnos todo. Eva nunca se casó, se embarazó en un viaje al extranjero y nunca volvió a tener noticias del padre de su hija. Yo confesé que traté de decirle lo que sentía mil veces y en cada una el miedo me lo impedía, por eso me hice el valiente aquel día, porque no podía llamarme a mí mismo un cobarde y fue así como trataba de demostrármelo. Así pasé varios años, amándola contenidamente, apretando fuerte lo que sentía, callando las voces que querían decirlo. En todo ese tiempo, Eva y Julia fueron mejores amigas y, por lo tanto, cada vez que trataba de acercarme a Eva, Julia estaba ahí. Pensé que era indiferente para ella, pensé que era invisible para sus ojos.

Faltaba una semana para terminar la preparatoria, sabía que todos tomaríamos caminos diferentes, así que decidí decirle a Eva lo que necesitaba sacar de mi pecho. Fui caminando a su casa, eran sólo diez minutos a pie, el sol ya casi se ocultaba y apresuré el paso, a la mitad del camino me encontré a Julia, o más bien ella me encontró. Esa tarde Julia me besó, me quedé inmóvil, nos miramos por un momento y no supe qué decir, y como no dije “no”, ella lo entendió como un “sí”, después de eso no supe cómo decirle que no quería estar con ella y una vez más, mi cobardía ganó.

Llegamos al frente de la fila.

-Sube conmigo- Me dijo Eva mientras tomó mi mano, yo volteé a ver el juego y sentí que mi interior se petrificaba.
-No puedo.
-Todo va a estar bien, sube conmigo- repitió mientras me veía a los ojos, la miré también, pensé en cómo el destino nos llevó a ese momento en ese lugar y supe que no debía desperdiciar otra oportunidad. Subí a El vuelo del dragón una vez más, cerré mis ojos, tomé la mano de Eva y empezamos a avanzar, el juego comenzó lento los primeros segundos y en la primer bajada aceleró repentinamente, escuchaba a Eva a mi lado gritar de emoción mientras yo sentía que mi corazón dejaba de latir, el asiento se movía violentamente y no hacía más que aumentar mi pavor, nos acercábamos a aquella curva, mi respiración aumentaba con la agitación que sentía, abrí los ojos y la vi acercarse, esa vuelta de la que no pasé la última vez, el juego aceleró una vez más, íbamos cada vez más rápido para lograr pasar por aquella pirueta, entramos en ella y estaba en un estado tan abrumador que no pude ni cerrar los ojos, vi cómo dimos la vuelta, cómo por un momento estaba de cabeza, volteé hacia un lado y la vi, había en el cielo una mancha grande que se acercaba hacia mí…

No era nada… cuando me di cuenta, estábamos en el último tramo de la atracción.
-Te amo…- Le dije a Eva mientras la velocidad aún sacudía mi rostro -Lo he hecho desde que te vi por primera vez y lo seguiré haciendo por lo que me resta de vida…

Eva no dijo nada, apretó fuerte mi mano y el juego terminó.

Quedamos de vernos al día siguiente y no nos despedimos, porque ninguno quería que fuera una despedida. Regresé a mi casa con Carlos, sentí felicidad por primera vez en mucho tiempo, pues de alguna manera, sentí que no estaba solo. Mi hijo entró a su cuarto, yo me senté en el sillón y prendí la televisión, en las noticias se estaba transmitiendo en vivo el eclipse total de luna que esa noche se vio en mi ciudad y se hablaba de una extraña migración de aves que venían de Sudamérica, en ese momento escuché un estruendo fuerte justo arriba de mí.

Al día siguiente en las noticias se hablaba del accidente que ocurrió con la feria que llegó al pueblo, su atracción principal, “El vuelo del dragón” había sufrido un imperfecto y uno de los carros de la atracción se descarriló en el punto más alto del juego, salió volando por los aires y cayó en una de las casas que se encontraban a un lado, desafortunadamente atravesó el techo y cayó sobre un hombre que se encontraba en el único sillón de su sala, quitándole la vida al instante… Lo más curioso de la nota, en el rostro del cuerpo sin vida había una sonrisa dibujada…

miércoles, 6 de julio de 2016

Un viejo cineasta

Para mi bolo.

No puedo asegurar que lo que estoy a punto de contarles sea verdad, aunque se trate de mí mismo, me sería imposible afirmarlo, mi vida es un cúmulo de historias que cuentan los demás, que va tomando forma cuando alguien más recuerda lo que yo era hace tiempo, que poco a poco se va vislumbrando. Así como un rompecabezas, yo soy esa imagen que debe formarse pero que no puedo ver hasta que se llene de piezas, cada una de esas piezas es un año rezagado, así junté sesenta y nueve. Es así que lo que van a leer, en realidad no se los contaré yo, serán las personas que me conocen desde siempre, que estuvieron a mi lado desde el inicio, que a pesar de todo, nunca me dejaron, serán todos ellos quienes lo hagan a través de mí. 

Todo fue completamente negro, antes de eso mi visión desenfocaba, antes de eso el mareo se volvía más fuerte, mucho antes de eso yo era un gran cineasta, uno de esos a la antigua, amante del 35 milímetros y las historias verdaderas, un coleccionista de emociones… y unos años antes de eso, conocí al amor de mi vida.

Casi todas las historias que conté en mi vida hablaban de Antonieta, cada vez que fuimos al cine a ver una de mis películas, ella reconocía ese detalle con el que yo le guiñaba el ojo, siempre volteaba a verme con los ojos cristalinos y me daba un beso en la mejilla, como diciendo “gracias”.

Aquellos besos se volvieron mi vicio, sus besos junto con su manera de vestirse saliendo de la ducha, sus besos junto con el olor de sus desayunos, sus besos junto con su manera de cuidarme, de mirarme, de amarme. Ella fue ese vicio que nunca pensé en dejar porque lo necesitaba más que el aire.

Así que todo fue completamente negro, me desvanecí frente a un público que estaba ahí para escucharme hablar, después de eso Antonieta lloró, después de eso el doctor peleó contra mi enfermedad, mucho después de eso logré despertar. Antonieta estaba ahí frente a mí, me veía directo a los ojos y sonreía porque yo al fin los estaba abriendo, la miré fijamente, así tardé unos minutos, no la reconocí.

No recordé su nombre, sus manos o las arrugas de su rostro que antes me eran tan familiares, no recordé nuestras historias, sus besos, ni el día de nuestra boda, no recordé nada. Ese día descubrí a una mujer que me era ajena, pero que lloraba por mí, que ponía toda su esperanza en un doctor que no podía hacer nada, que se lastimaba el corazón cada vez que recordaba que yo ya no iba a recordar.

Encontré todas las fotos cuando regresamos a casa, las de mi padre, las de mi cumpleaños treinta y tres, las de aquel viaje a Salou. Un día después Antonieta me hizo el desayuno, una semana después me dejó ver cómo se vestía saliendo de la ducha, unas horas después de eso me volvió a besar.

Empecé a leer desde la primer página, reconocí los puntos y las comas, la manera de escribir, pero no las historias. Antes del accidente escribía en ese gran cuaderno todos los días, leí lo especial que eran para mí las cosas simples de la vida, el color azul de las calles cuando ya se metió el sol, las hojas secas tapizando el suelo en otoño, los besos de Antonieta. Estaba tan inmerso en aquel cuaderno que no escuché cuando ella entró.

Una luz blanca llenó el cuarto, yo volteé pero no pude ver nada, escuché un sonido que por un momento me hizo sentir en el pasado, las lámparas del cuarto se apagaron y las cortinas se cerraron, y cuando por fin pude ver, en la pared empezó a aparecer algo. Reí, lloré, me emocioné, me entristecí y me volví a enamorar, mis ojos veían con ilusión a través del agua que había en ellos, mis labios no pudieron contener las impulsivas carcajadas que se escucharon en toda la casa, mis manos apretaban fuerte de vez en cuando y mi corazón se aceleró para el final de la historia. Acabó la proyección y apareció mi nombre en aquella pantalla improvisada, después al proyector se le acabó la película y Antonieta prendió la luz. Me quedé sin palabras, por fin las lágrimas que había en mis ojos cayeron por el costado de mi rostro, la miré y no lo podía creer, ella sólo me sonrió, pensé por un momento lo dichoso que era yo, el hombre que no recordaba su infancia, su primer hogar, o el nacimiento de sus hijos, el hombre que olvidó cómo cocinar y también los lugares que visitó, pero también el único hombre que fue artista y después vivió ese arte como ajeno, que sintió la emoción de su propia película como si fuera de alguien más, soy el único hombre que lloró genuinamente con su propia historia. Me levanté y me acerqué a Antonieta, la tomé de las manos y la abracé fuerte, después de unos momentos puse mi rostro junto al de ella, cerré mis ojos y le di un beso en la mejilla, como diciendo “gracias”, fue largo y sincero, y volvió a ser especial, como los desayunos, como su cuerpo saliendo de la ducha, como su manera de cuidarme. Y ella entendió cuando sintió mis labios en su piel que su alma debía sanar, que la volví a amar aunque no la recordara, porque el amor no se guarda en la mente, está en el corazón, y finalmente, que seguimos siendo los mismos apasionados, los mismos ancianos soñadores, los mismos que vivimos todas esas viejas historias, sólo que ahora las podemos reescribir, nos podemos volver a enamorar…

jueves, 1 de octubre de 2015

Volar

Mis ojos parecían cristal, veía una esfera naranja que se desenfocaba involuntariamente, el fondo negro me dejaba ver con mayor claridad el brillo alrededor de ella, poco a poco se hacía más pequeña, me dejaba solo… siempre hago lo mismo, cuento las cosas empezando con el final… pero es que este es el final de un relato que nunca se contó, que sólo ocurrió una vez, de la hazaña que sólo yo logré… ésta es la historia de cómo te hice volar…

Si pudiera regresar el tiempo te conocería diferente… regresaría el sorbo de mi café, te regresaría la vez que me volteaste a ver y pensaste que no me di cuenta, regresaría cada uno de los pasos al salir, cambiaría la primer palabra que te dije, pero la primera vez que me tomaste de la mano no, esa no la cambiaría… haría más largos los momentos, más cortos los silencios. Me alegra no poder regresar el tiempo, todo fue perfecto cuando te conocí.

Empecé primero a bocetar, se veía hermoso en el papel, era como dibujarte, cada línea curva me recordaba a ti, incluso llegué a creer que el lienzo tenía tu perfume… lo respiré, pero no, no eras tú…

Cerré los ojos mientras sentía tu cabello, esa noche hacía un frío especial, a lo lejos de la colina donde estábamos acostados veía las luces de la ciudad con ese tono amarillo melancólico y contagioso, el árbol donde estábamos recargados fue el único testigo de cómo cambiaron las cosas aquella vez.
-¿Crees que el cordero se haya comido la rosa?- Me preguntaste mientras veías las estrellas, yo abrí los ojos y no dije nada, esperando que la flor siguiera ahí…
-Piensa en algo que nunca hayas hecho…- te dije –en lo que más te gustaría hacer…-
Tengo fotografiado tu rostro en mi memoria, recuerdo cómo pensabas tu respuesta mientras seguías mirando al cielo…
-Volar…- me dijiste, y otra vez, no supe qué decir, volteé al cielo y sonreí contigo…

Del dibujo pasó a ser realidad… cuidadosamente acomodé cada pieza en su lugar, como un rompecabezas, puse hasta abajo un lugar para ti.

Y por un momento pensé sentir que te perdía… se desvanecían las miradas, se sentían más lentos los latidos, ya no escuchaba tu música, ya no sentía tu piel… a veces la vida te golpea tan fuerte que no necesitas más que pocos segundos para entender… y aprender que una pérdida es definitiva, que no nos estábamos alejando, sino que nos estábamos adaptando, acercándonos diferente, que cuando no sentía tu mirada era porque me veías a escondidas, que si no sentía tus latidos era porque latías más lento, viviendo de a poco cada momento, que si no escuchaba tu música fue porque era tu voz con la que me hablabas, y que si no sentía tu piel… pues solamente estaba equivocado, la sentí más fuerte que nunca…

Y mientras caminaba hacia el centro del puente seguía pensando en lo definitivo, en lo aberrante que es sentir, en lo rotundo de tu partida… el río debajo del suelo en donde estaba parado se escuchaba fuerte… otra vez las luces de la ciudad, otra vez ese frío especial… Y recordaba esa última noche que caminamos juntos, la última vez que me tomaste de la mano, esa tal vez sí la cambiaría… Ya estaba justo en el centro, al borde del puente y volteé a ver la corriente debajo de mí, en mi mano izquierda llevaba aquello que te construí, empezaba a romperme por dentro y volvía a recordar todo, como una película que no dejaba de reproducir, una y otra vez te veía caminar, como en cámara lenta, todavía sonriendo, todavía con brillo en tus ojos… el viento en mi rostro me regresaba a la realidad sólo por unos segundos, estaba inmóvil mirando al vacío, mis ojos ya no dejaban de gritar, absolutamente todo fue silencio en ese momento… en mi mente lo revivía, vi cómo detrás de ti las luces deslumbraron, te tomé muy fuerte de los brazos pero mi fuerza no fue suficiente, mi impotencia tampoco, vi en tus ojos cómo me decías adiós, el impulso te arrancó de mi manos y después de un golpe seco, escuché por último el rozar de las llantas contra el áspero suelo…

Me arrodillé, en mi mano derecha llevaba la pequeña caja en donde estabas tú, la abrí y tomé un poco del polvo en el que te convertiste, lo puse en el lugar que hice para ti, en un compartimento justo debajo del fuego, veía cristalina la luz que el globo de cantoya reflejaba, me costó unos momentos dejarlo ir… mis manos temblaban cuando al fin te solté, me desplomé en ese instante… te veía irte para siempre en medio de las estrellas y pensé lo feliz que tú estarías porque te convertías en una de ellas…

Así fue como vi terminar la historia, haciéndose pequeña, perdiéndose en el cielo, congelándose de frío… al final te vi feliz, en medio de un puente, en medio un adiós, te vi feliz, porque casi podía escuchar tu risa, casi pude tocar tus manos, casi pude sentir tu emoción, después de todo, se trata de lograr lo que nadie ha logrado, lo que ningún otro hizo por nadie, y lo que debí realizar para sentirnos completos...

Ésta fue la historia... de cómo me hiciste volar…

domingo, 14 de junio de 2015

Utopía

No sé cómo llegó ella a mi vida, ni siquiera sé cómo llegué yo aquí, abrí los ojos y ella me miraba directo a la pupila, su rostro junto al mío es mi primer recuerdo. Nos encontrábamos sin ropa, la arena de la playa no es tan romántica cuando levantas tu rostro lleno de ésta, la tranquilidad en el mar nos contagiaba de un sentimiento igual, como si ella hubiera estado en mi cabeza desde siempre, como si yo hubiera estado en la de ella… así es como conocí a Lía…

Me levanté y preguntó -¿Hasta dónde llega tu imaginación? -Hasta esta playa- le respondí, sin saber realmente por qué, ella sonrió y después corrió, se desvaneció en la brisa de las olas, por supuesto, la seguí.

A veces me pasaba que no recordaba su rostro hasta volver a verla, con el tiempo lo único que veía era su cara, también sus manos, su cuello, esa parte detrás de las orejas, incluso podía ver su aroma, su aura, su alma… pero no fue hasta que me besó que pude verla por completo, así es como conocí realmente a Lía…

La primera vez que desapareció, sentí como si yo dejara de existir también, podía ver mis manos desvanecerse, la opacidad de mi cuerpo disminuía poco a poco, podía mirar a través de mi piel, y pude ver a través de mi corazón casi transparente, ahí estaba ella, ya había olvidado su rostro casi por completo, tuve que escarbar profundo en mí, entender las cosas que no me explico, explicarme que se puede aspirar a lo imposible, y finalmente entender que hay que escribir poemas con cuidado… pueden hacerse realidad…

Y entonces regresó, volvió la frescura en las mañanas, la suavidad de sus sábanas, el olor a café, el tarareo matutino de su delgada voz. Desde ese momento lo convertí todo en una utopía, las llamadas, las cenas, las caminatas, incluso los problemas… Lía y yo éramos perfectos… no perfectos como en las películas, sino perfectos de verdad, una perfección más allá de nuestra imaginación.

-Tómame- me dijo, mientras mi palpitar se sentía junto al suyo, nuestros pechos unidos me hacían sentir como si fuéramos uno mismo, mi mente se sumergía en imágenes que no podía distinguir y ella terminaba de quitar el último botón, entonces la punta de su lengua subía por mi cuello y hasta mi oreja, pero yo empezaba a no sentir nada, y cada vez que ella se llevaba una prenda más, la jaqueca aumentaba, sin embargo, estábamos más cerca que nunca. Hace varios minutos que nos habíamos quedado sin ropa, como cuando conocí a Lía, el roce de nuestros cuerpos se sentía más suave cada vez, yo ya casi no abría los ojos, su rostro junto al mío es mi último recuerdo, escuchaba sus gemidos más y más lejanos, aunque la sentía fundirse conmigo como nunca había pasado, todo se agitaba, y como siempre, éramos perfectos, porque éramos juntos, éramos uno solo y más que nunca, nos complementábamos… cuando volví a abrir los ojos ella ya no estaba, la segunda vez que desapareció se llevó todo de mí, cuando me vi a mí mismo, yo también estaba desapareciendo… así es como conocí por completo a Lía.

Al final nunca supe si Lía fue un invento de mi mente o si yo fui parte de su imaginación, tal vez ocurrieron las dos cosas… lo que sé es que nunca existimos, éramos una figura imaginaria, el uno del otro, pero al menos nosotros tuvimos eso que no ocurre, por un pequeño momento en la eternidad, fuimos perfectos, fuimos un poema que se hizo realidad, fuimos imaginación, fuimos utopía…

martes, 28 de octubre de 2014

El mimo

El arte se encuentra en poder decirlo todo sin siquiera una palabra. Sus labios negros no se movían. El arte se encuentra en el movimiento. Sus manos blancas chocaban contra una pared que no se veía. Y entonces todos lo entendieron, el arte se encuentra en el poder sentir lo que no se puede ver, lo que no se puede tocar, lo que no se puede escuchar…

Una cuadra atrás, dos piernas firmes que se escondían en una pequeña falda blanca adornada con flores de colores caminaban por la acera, Sofía casi siempre andaba sola, cruzó la calle y llegó a un pequeño parque, el mimo volteó y notó su sonrisa, él sabía de esas emociones que se sienten sin tener nada certero, pero esta vez era muy fuerte, como cuando quiebra una ola, como cuando un corazón se enamora, entonces se le acercó, la miró detenidamente por un momento, después tomó un objeto del suelo y se lo dio, por supuesto eran invisibles, pero Sofía aceptó las flores. En seguida sacó de su bolsillo un celular y comenzó a marcar, extrañamente sólo fueron cinco números, ella no sabía qué hacer, no veía nada en la mano del mimo, entonces él le señaló su bolsa, Sofía extrañada la abrió, y cuando vieron su celular, él lo volvió a señalar. Ella reía y tomó su teléfono mientras el mimo con gestos señalaba el reloj que no tenía en su muñeca, entonces ella respondió. -¿Bueno?- Le dijo, mientras que él apuntó una cafetería que estaba cruzando el parque, después la señaló a ella y por último dirigió su dedo a él mismo, -¿Quieres tomar un café conmigo?- El mimo asintió con una gran sonrisa y Sofía sólo comenzó a reír, entonces él tiró su celular pero no se escuchó caer, después se arrodilló y con sólo gestos le rogó por un café, ella miró a todos lados, por un momento pensó que era una broma, pero después pensó, y es que esas cosas no pasan todos los días, -Ok, ¿A qué hora?- Y el mimo levantó ocho dedos de sus manos, ella volvió a reír e incluso esta vez se sonrojó un poco…

Marcaron las ocho y el rostro monocrómico del mimo hacía un gran gesto al tiempo que su mano dejaba pasar a la dama por la alfombra de color rojo invisible del lugar, así empezó todo, sin palabras, sólo con sentimientos y presentimientos, sonrisas, algunas miradas directas a los ojos, y un café…

Después se vieron varias veces, mientras ella hablaba él sólo respondía con ademanes y sonrisas, a ella le agradaba el misterio de no conocer su voz. A veces Sofía pasaba por el parque y se encontraba con él, y aunque los dos tenían presente que no era un encuentro, les gustaba jugar a que no lo sabían. El mimo siempre la veía y de la manga de su rayada playera sacaba una cuerda, amarraba un círculo con ella y se la aventaba a la cintura, después de varios intentos Sofía entendió, entonces le seguía la corriente haciendo como si la jalara hasta llegar a sus brazos. Después de eso, la cafetería se convirtió en su escenario, él no le había dicho nada pero los encuentros se hicieron más comunes, cada vez que macaban las ocho los dos llegaban ahí, el mimo la entretenía con algunos juegos de objetos que no se veían, pero Sofía era muy curiosa, empezó a hacer preguntas, cuando quiso saber su nombre, él no dijo nada, su boca permaneció cerrada, trató de decirlo con pantomima pero, ¿cómo se dice un nombre así? Ella no entendía, Sofía era una mujer directa y por un momento quería dejar de lado los juegos, el misterio ya no fue tan divertido, él le llamaba la atención pero si no podía decir su nombre, ¿qué podía esperar para después?

Sofía abrió su puerta, se quitó la ropa en el camino, subió por las escaleras y cruzó su desordenado segundo piso, llegó a su cuarto y se vistió de franela, seguía molesta, pasaron quince minutos y después de leer el capítulo 17 de Rayuela (de la manera tradicional) sintió una presencia en su ventana, ahí estaba el mimo que había subido por una fuerte enredadera en la pared exterior y que estaba tocando con su puño aunque el vidrio estaba abierto, ella lo miró, no dijo nada, por supuesto él tampoco, después de una pausa, él sacó unas flores, como la primera vez, pero con más amor… ella se levantó de su cama, dio cinco pasos y llegó a él, y sin poder evitarlo, un sonrisa se dibujó en su rostro, tomo las flores que no existían y las puso en un florero que no estaba en su buró, después se tomaron de las manos…

Eran personas de tradición, de rutinas que se vuelven especiales, de momentos que se repiten y siempre son como la primera vez, entonces cambiaron el café por el frío de su habitación, por el viento de la ventana, por el olor de la noche, y siempre a la misma hora, él subía por el costado de la casa y llenaba el cuarto de flores que no se veían, pero que estaban ahí, que los dos podían sentir…

Y así como en esas noches las hojas secas de los árboles cubrían por completo el jardín de la casa, fueron noventa y un días en los que el mimo la visitaba, subiendo cada vez la enredadera que se hacía más fuerte, así como el amor entre ellos… entonces las hojas se convirtieron en nieve. Marcaron las diez y esa noche de diciembre, la ventana estaba cerrada, esta vez él golpeó de verdad el vidrio, ella abrió apresuradamente y lo dejó pasar, estando ahí, él sacó una guitarra y comenzó a tocar las cuerdas que no existían, ella se sentó en su cama, sintió la canción que él no cantaba, incluso la pudo escuchar, cerró sus ojos y así sin ver, sin oír, se comunicaban con el cuerpo, después los abrió y él tocó el último rasgueo, ella sonrió, se miraron por unos segundos y entonces él se le acercó, un poco nervioso metió la mano a la bolsa de su pantalón y sacó una pequeña caja negra, era oscura como la noche, como la profundidad del mar, era real, entonces ella se sintió extrañada, el mimo se acercó un poco más y se hincó ante Sofía, abrió la caja para mostrar un anillo pequeño y brillante, ella lo veía con asombro, esta vez en realidad estaba ahí, de pronto se emocionó y lo miró, el destello era real, el del anillo, el de sus ojos, él le regaló la sonrisa más sincera que había sentido alguna vez y ella lo observaba con ilusión, con gran sonrojo, por un momento todo fue silencio, silencio absoluto, silencio total, y el rostro de ella comenzó a cambiar…

Mientras la aguja atravesaba por primera vez, los pensamientos del mimo daban vueltas en su cabeza y una gota de sangre bajaba hasta caer al suelo, la segunda vez dolió más, y a él le dolía la impotencia, la manera en que ella no entendía, la forma en que no le decía las cosas, la tercera vez ni siquiera la sintió, porque ella no sentía lo que él, porque ella no sabía lo que es ser así… La última vez, la cuarta vez que la aguja entró por el final de sus labios y terminó de coser su boca, cortó la cuerda e hizo un gran nudo, se vio en el espejo y limpió la sangre que escurrió por su cuello, y aunque ahora el rojo bañaba su rostro, tenía menos color que nunca, porque él se convirtió en mimo por una razón, él entendió que ella necesitaba escucharlo, pero él era mimo porque era mudo, no podría soportar una vez más que para ser amado, le pidieran ser algo que no podía, así sellaría su boca por siempre, para que no le pidieran volver a hablar, para no volver a fallar al intentar decir “¿te casarías conmigo?”, para no volver a sangrar, para que no le volvieran a romper el corazón…

lunes, 11 de noviembre de 2013

Escombros de papel

Y tirado en el piso encima de escombros de papel, cartón y algunos caramelos que los demás niños pronto recogían, por las mejillas del pequeño Luis corrían algunas lágrimas que reflejaban el brillo de la luna mientras él sufría por el dolor de su enamorada que ahora estaba rota.

Luis la conoció algún tiempo antes de su cumpleaños número nueve, era la primera vez que veía a alguien como ella, era callada pero muy divertida, todo el tiempo tenía una sonrisa dibujada en su rostro, era un poco más bajita que él, de su ropa colgaban siempre pequeñas tiras de colores que irradiaban energía, sus ojos eran marrones, grandes y hermosos y en su cabello castaño llevaba un listón de color rosa. Cuando llegó a la vida de Luis fue como si transformara todo, ese inocente corazón de niño se llenó primero de alegría que en poco tiempo se transformó en amor, era la felicidad que le brindaba lo que él necesitaba.

Había algo extraño en ella, pues cuando llegó a este mundo fue como si la hubieran olvidado, vivió sin cariño, sin compañía, sin amor, estaba totalmente vacía, Luis vino a cambiarlo todo. Después de unos días la presentó con sus amigos, jugaban con ella y mientras más convivían, los niños junto con Luis la llenaban de cosas dulces y poco a poco su corazón se sentía más y más lleno, al fin se sentía querida, parte de algo, y la felicidad en ella hacía también más feliz a Luis.

Con los días, el pequeño se volvió un gran apoyo para ella y los dos se complementaban, eran como de mundos diferentes pero se entendían como uno mismo, ahora ella estaba completamente viva, su interior estaba al fin lleno.

Llegó el día de su cumpleaños, Luis estaba muy emocionado, los demás niños también, se encontraban todos en el jardín de su casa cuando su enamorada salió por la puerta principal, se veía más hermosa que nunca, su vestido se movía lento junto con el viento, sus ojos brillaban, su sonrisa deslumbraba y se acercaba poco a poco al cumpleañero, en ese momento la madre del infante salió y cargó a la pequeña, sin razón aparente para Luis la colgó de su blusa a una cuerda en medio del lugar, los demás niños gritaron de emoción y corrieron hacia ella con gran energía, el infante no sabía lo que ocurría, de pronto de ella comenzaron a caer dulces, mismos que ellos días antes habían puesto en su lugar, él, al ver lo que pasaba, se derrumbó y arrodillado miraba conmocionado cómo de los ojos de ella brotaban algunas lágrimas, como sintiendo que le quitaban en ese momento eso que la había hecho sentirse amada, como sufriendo por vaciar la esencia del interior de su corazón, y Luis sufría con ella, y comenzó a sentir un dolor que subía desde su estómago hasta su garganta y una gran impotencia de saber que ella estaba perdiendo lo que le había dado vida, cuando los niños se alejaron de ella y revelaron lo que quedó del espíritu destrozado de la pequeña, él gritó fuertemente y corrió dentro de la casa, los demás en el jardín no entendían qué ocurría, Luis regresó muy rápido y con una cinta empezó a pegar los pedazos del cuerpo de su enamorada, uno a uno empezó a unirlos, había un silencio conmovedor, a excepción del llanto del niño que desesperado seguía juntando el papel y cartón, finalmente tomó su rostro y lo puso en su lugar, una última lágrima cayó en ella y con todas sus fuerzas la abrazó…

Por un momento todo fue silencio, cada niño en el jardín miraba lo que estaba pasando, cada uno de ellos entendió lo que había ocurrido cuando escucharon lo que ella dijo en ese momento.

Hoy, después de algunos años, cada uno de ellos aseguran que cuando Luis abrazó con todo su amor a aquella pequeña a la que arregló después de sentir que había perdido lo que le había dado vida, de la boca de la piñata y con una lágrima en su mejilla, le dijo “gracias” al oído con un susurro de amor…

jueves, 5 de septiembre de 2013

Diario

Inspirado en el cuento “Texto en una libreta” de Julio Cortázar.

6 de febrero de 2013.

Cuando el padre Josep me contrató para llevar el control de la gente que entraba y salía de la Catedral de Barcelona nunca creí que pronto iba a conocer muy bien cada una de las iglesias de la ciudad, él me pareció una agradable persona, aunque con carácter fuerte, siempre era gentil con los demás. Yo no tenía trabajo y necesitaba ese empleo, era fácil, tenía un contador con el que marcaba la cantidad de gente que iba entrando, verificando que pagaran los correspondientes seis euros, también debía contar la gente que salía (lo cual me parecía algo inútil, pero el padre Josep quería llevar el control de todo).

Según lo que me dijeron en la iglesia en ese momento (y que ahora sé que es mentira), el anterior verificador renunció por problemas personales, aunque algunas otras personas me decían que se le veía muy nervioso, y un día solamente no se presentó.

Comencé a trabajar un martes, fueron ciento diecinueve personas que entraron y salieron de la catedral, el miércoles no fue muy diferente, ciento treinta y tres, jueves, viernes y sábado, el número aumentaba de a poco, me gustaba mirar a las personas, a Barcelona llegan muchos turistas, todos ellos son diferentes, empezaba a adivinar su nacionalidad por sus rasgos, los irlandeses son todos altos y rubios, los estadounidenses son parecidos pero en su mayoría más obesos, los mexicanos son de tez morena al igual que varios sudamericanos, pero cambian en sus rasgos y acentos. Y así una semana en la que mi rutina iba a la perfección, el padre Josep me trataba muy bien, los demás trabajadores de la iglesia también lo hacían, era tan sólo el conserje Carles el que me daba un mal presentimiento, me veía extraño cada día al entrar, supongo que desde el primer momento le caí mal.

Pasó una semana y el sábado, el día con más concurrencia en la catedral, yo veía a las personas entrar y salir, algunos franceses lo hicieron, alemanes, portugueses y muchos españoles, también había quienes son difíciles de adivinar, una mujer que tenía pinta de africana, aunque no pude adivinar el país, y también dos hombres que salieron, parecían catalanes pero se veían muy pálidos, eso me hizo dudar su país de procedencia.

Terminé el día y por primera vez los números discreparon, en el marcador conté trescientas treinta y seis personas entrantes, pero salieron trescientas treinta y ocho, ¿cómo era eso posible? En ese momento me pareció irrelevante, tal vez sólo un error de cálculo, se lo comenté al padre Josep pero él parecía preocupado, me pidió que verificara la cuenta y así lo hice, pero el resultado fue el mismo, al final lo atribuimos a una pérdida de los boletos vendidos.

El jueves siguiente ocurrió la segunda anomalía, fueron ciento noventa y seis personas las que tuvieron registro al entrar, pero al salir sólo fueron ciento noventa y cinco, al padre Josep le alteraban mucho estas diferencias, esa noche estuvo revisando conmigo el registro, me di cuenta que el conserje Carles nos veía desde una oscura esquina, en ese momento sospeché que él tenía algo qué ver con la diferencia de números. Pasamos unas horas revisando pero ocurrió lo mismo que la vez anterior, y sin poder encontrar solución al error, lo declaramos una vez más equivocación humana.

Después de la incoherencia en los números la primera vez, yo había puesto mucho más empeño y atención en el registro de las entradas, sabía que no era un error mío y entonces recordé a uno de esos hombres, uno de ellos, que parecen catalanes pero son muy pálidos, entró a la Catedral pero nunca salió, es muy diferente entre la gente, lo hubiera recordado, entonces me escondí al fondo de la iglesia, esperé a que todos se fueran y a que el padre Josep cerrara, hecho esto, me dirigí al lugar en donde Carles guardaba sus cosas y donde pasaba la mayor parte del tiempo, era un cuarto pequeño en donde ya casi no cabían las cosas, en su mayoría herramientas de limpieza, busqué inútilmente por varios minutos, pero en el cuarto no había nada, cerré la puerta y estaba decidido a caminar de regreso pero de repente una tenue luz atrajo mi vista, provenía del suelo, a un lado de la puerta y debajo de una pequeña mesa que se encontraba ahí, moví el mueble y pude ver una puerta de madera que inmediatamente levanté y que reveló unas estrechas escaleras iluminadas por pequeños focos empolvados, como no había nadie que me detuviera y siguiendo el instinto curioso que siempre me ha metido en problemas, bajé silenciosamente por el pequeño pasillo lleno de escalones dificultosos, al final de ellos encontré tres túneles mal iluminados y con piso de tierra, las paredes eran de ladrillos viejos color mostaza y en el techo se podía ver mucha humedad, tomé la vertiente de la izquierda, caminé silenciosamente por el túnel, no era muy largo y al final tuve que girar, una vez más, a la izquierda, lo cual me reveló un pasillo más extenso lleno de celdas, avancé un poco más para ver si podía encontrar algo o a alguien dentro de ellas, pero no, todas estaban vacías.

Pasaron aproximadamente veinticinco minutos y yo seguía caminando, en diferentes celdas encontré artículos variados como ropa, platos e incluso huesos que en ese instante pensé que eran de animal, ahora me temo que tal vez no sea así… en fin, ninguna señal de vida. Por fin llegué al final del trayecto, encontré otras escaleras, de igual manera muy descuidadas, viejas y dificultosas para subir, pero aun así lo hice, aunque en este momento me arrepienta de haber descubierto lo que vi. Cuando abrí la puerta superior lo primero que se presentó a mi vista fue un atrio, era conocido para mi, muy familiar de hecho, cuando volteé el rostro la sorpresa fue mayor, ¡me encontraba en la Sagrada Familia! El edificio y templo religioso más importante de Cataluña. Por un momento me sentí desconcertado, no sabía qué pensar, pero después de reflexionarlo por un rato o dos, uno o dos de esos ratos eternos que parecen tan cortos que no sientes que hayan pasado, concluí que no era muy extraño, en muchas épocas y en muchos lugares las iglesias han construido estructuras por debajo de las ciudades para protegerse de guerras o ataques. Esa noche regresé a la Catedral, regresé como lo hacen las ratas, silencioso, cuidadoso, por debajo de la ciudad, donde nadie puede verme.


7 de febrero de 2013.

Me encontraba aterrorizado en la iglesia de Sta. María del Mar, ni siquiera lo podía creer posible, la noche anterior al llegar a la Sagrada Familia imaginé miles de historias que parecían fantasía acerca de los túneles, situé esas historias en una época muchos años atrás, todo se veía tan lejano.

Me quedé paralizado por un momento, aun seguía asimilando lo que acababa de ver, ese hombre a la mitad del túnel del medio me dijo que saliera de ahí, los demás en las celdas me veían con miedo. Después de correr hasta la iglesia mis pies no me dejaban regresar, no sólo por cómo temblaban, sino por la falta de fuerza también.

Esa noche intenté salir por las puertas del templo de Sta. María y regresar a mi casa por la calle, las noches en Barcelona están llenas de vida y necesitaba ver esa energía para dejar atrás la del túnel, pero fue inútil, todo estaba cerrado.

Bajé una vez más las estrechas escaleras, fue como un déjà vu en reversa sólo que yo caminaba hacia adelante, las tenues luces me dejaban ver los demacrados y pálidos rostros de las personas en las celdas, conforme yo iba pasando todos me observaban, no hubo uno solo que no lo hiciera, y cada par de ojos siempre transmitía miedo. Hay un pequeño niño ahí (o al menos yo supongo que sigue ahí, estoy seguro de que es casi imposible salir), por su apariencia pude deducir que no llevaba mucho tiempo encerrado, se veía algo inquieto, pero la cadena alrededor de su tobillo no lo dejaba mover.

Estaba también aquella anciana sentada en la esquina de su celda, su cuerpo tenía menos fuerza que mis piernas, que seguían temblando, las personas a su alrededor eran más jóvenes, pero se notaban igual de acabados. Tardé unos doce minutos en llegar a la Catedral, todo el camino fue callado, mis pies andantes fueron los únicos que hicieron ruido, al fin salí del lugar.

Llegué a mi cama pero no pude dormir, estuve tratando de asimilar por horas lo que había visto, pero simplemente me fue imposible. Pensé en mil y dos cosas qué hacer, pero en cada una las consecuencias eran desastrosas, ya fuera para mí o para las personas que se encontraban prisioneras ahí abajo. Y así pasó la noche.


8 de febrero de 2013.

Trescientas once personas entraron y salieron.
Doscientas diecinueve personas entraron y salieron.
Ciento veintitrés personas entraron y salieron.
Ciento treinta y cinco personas entraron y salieron.

Llegó la noche del martes.

Para las diez de la noche ya estaba desesperado, a punto de llamar por teléfono al padre Josep para pedir ayuda, pero fue desde las nueve y media que, después de que cerraran las puertas de la Catedral, descubrí a Carles entrando por la puerta escondida hacia los túneles. Llevaba ya cuatro días meditando la situación, pero no había tomado una elección, antes de acudir a la policía decidí recaudar más información y me encaminé a seguir al conserje. Bajé silenciosamente y cuando llegué a la bifurcación de los tres caminos, escuché pasos en la vertiente de la derecha. Caminé silenciosamente y con cuidado, era el único camino que no conocía así que traté de ser muy cauteloso, éste era mucho más complejo, había más pasillos que cruzaban el principal.

Los pasos de Carles se escucharon cerca y me escondí en uno de esos pasillos, un hombre de mediana edad, con ropa muy sucia y piel sin color me vio, estaba en una celda en donde había algunas herramientas de trabajo muy austeras en el piso, con el dedo índice en mis labios le hice una seña para que no hiciera ruido, seguí caminando y vi a varias personas en la misma situación, hombres, mujeres y dos niños, otra vez el miedo los dejaba mudos e inmóviles.

De pronto una luz al principio del pasillo llamó mi atención, volteé y logré ver a Carles, que enseguida me empezó a perseguir. Corrí entre la red de pasillos, en todos y cada uno descubrí lo mismo, hasta que, según mis deducciones, llegué al final del túnel en donde encontré una escalera, volteé y el conserje ya no se veía venir detrás de mí así que subí, y como era de esperarse, salí a la iglesia de Sant Pau del Camp (quién sabe hasta cuántas iglesias estarán conectados los pasillos del último túnel), estando ahí llamé inmediatamente al padre Josep, le dije que tenía algo que mostrarle y llegó de inmediato al escuchar mi preocupación. Bajamos cautelosamente y cuando él vio lo que se encontraba justo debajo de las iglesias que él pisaba día a día, su rostro se llenó de horror, de consternación. Caminamos un poco, le conté que Carles estaba involucrado y que había que tener cuidado porque estaba ahí abajo buscándome.

-¿Por qué no me habías dicho nada?- Me preguntó.
-Decidí esperar a tener más información, estar más seguro de lo que estaba pasando-
-Vámonos de aquí-
Y regresamos por la red de caminos en la que nos habíamos metido, caminamos unos tres minutos, pero ya me sentía perdido. Dimos la vuelta en uno de los pasillos, entonces el padre Josep volteó hacia mí, en sus ojos había una pesada vibra, y rápido abrió una celda y me empujó hacia dentro, pero antes de que la cerrara logré dirigir un golpe a su mentón y corrí.

Corrí, corrí, corrí, me agité y corrí, mi respiración fallaba, me perdí, y después de correr, corrí un poco más. Pase por una esquina y una mano en mi boca detuvo mi carrera.

-No hagas ruido- Dijo Carles muy quedo en mi oído.
-El padre Josep lleva años encerrando a la gente aquí obligándola a trabajar, manufacturan productos religiosos que se venden por todo Barcelona, sé que te diste cuenta cuando los números no resultaron iguales, el sábado diecinueve de enero dos prisioneros escaparon, el jueves veinticuatro uno de ellos regresó porque su familia aún está aquí, pero no logró volver a salir. Descubrí lo que el padre está haciendo, empecé a hablar con esta gente, ya pronto los sacaré de aquí, ellos confían en mí. Ahora voy a quitar mi mano de tu boca y espero que me dejes ayudarte, yo conozco la salida-

Y así fue, Carles retiró su mano y lo volteé a ver, él empezó a caminar y yo tan sólo lo seguí, varias veces escuchamos al padre Josep acercarse, pero Carles conocía muy bien el camino y siempre lo evitamos. Llegamos a un pasillo largo y al final pude ver la escalera que sube hacia la Catedral, apresuré el paso para llegar, iba a un lado del conserje, lo primero que haría al salir sería ir con la policía, pero a la mitad del camino él se detuvo, fueron las últimas palabras que escuché.
-Tiene a mi familia, eres tú o yo, perdón- Y de un golpe me dejó inconsciente.


9 de febrero de 2013.

Unas trescientas personas deben estar entrando hoy a la Catedral, si no me equivoco, hoy es sábado, a veces escucho al padre Josep hablar con Carles afuera de la puerta, me dan cada día comida y agua por una pequeña reja que pueden abrir sólo desde fuera, pero cada vez es menos. Por la apariencia del cuarto puedo deducir que en la desesperación de Carles, me metió en la oficina de Josep, llevo once días encerrado aquí. Creo que empezarán a negociar conmigo, el trabajo de prisionero por la comida. Sólo mantengo la esperanza de que alguien, algún día, lea este diario. Llevo once días encerrado aquí, mi piel ya comienza a verse pálida…