El arte se encuentra en poder decirlo todo sin siquiera una palabra. Sus labios negros no se movían. El arte se encuentra en el movimiento. Sus manos blancas chocaban contra una pared que no se veía. Y entonces todos lo entendieron, el arte se encuentra en el poder sentir lo que no se puede ver, lo que no se puede tocar, lo que no se puede escuchar…
Una cuadra atrás, dos piernas firmes que se escondían en una pequeña falda blanca adornada con flores de colores caminaban por la acera, Sofía casi siempre andaba sola, cruzó la calle y llegó a un pequeño parque, el mimo volteó y notó su sonrisa, él sabía de esas emociones que se sienten sin tener nada certero, pero esta vez era muy fuerte, como cuando quiebra una ola, como cuando un corazón se enamora, entonces se le acercó, la miró detenidamente por un momento, después tomó un objeto del suelo y se lo dio, por supuesto eran invisibles, pero Sofía aceptó las flores. En seguida sacó de su bolsillo un celular y comenzó a marcar, extrañamente sólo fueron cinco números, ella no sabía qué hacer, no veía nada en la mano del mimo, entonces él le señaló su bolsa, Sofía extrañada la abrió, y cuando vieron su celular, él lo volvió a señalar. Ella reía y tomó su teléfono mientras el mimo con gestos señalaba el reloj que no tenía en su muñeca, entonces ella respondió. -¿Bueno?- Le dijo, mientras que él apuntó una cafetería que estaba cruzando el parque, después la señaló a ella y por último dirigió su dedo a él mismo, -¿Quieres tomar un café conmigo?- El mimo asintió con una gran sonrisa y Sofía sólo comenzó a reír, entonces él tiró su celular pero no se escuchó caer, después se arrodilló y con sólo gestos le rogó por un café, ella miró a todos lados, por un momento pensó que era una broma, pero después pensó, y es que esas cosas no pasan todos los días, -Ok, ¿A qué hora?- Y el mimo levantó ocho dedos de sus manos, ella volvió a reír e incluso esta vez se sonrojó un poco…
Marcaron las ocho y el rostro monocrómico del mimo hacía un gran gesto al tiempo que su mano dejaba pasar a la dama por la alfombra de color rojo invisible del lugar, así empezó todo, sin palabras, sólo con sentimientos y presentimientos, sonrisas, algunas miradas directas a los ojos, y un café…
Después se vieron varias veces, mientras ella hablaba él sólo respondía con ademanes y sonrisas, a ella le agradaba el misterio de no conocer su voz. A veces Sofía pasaba por el parque y se encontraba con él, y aunque los dos tenían presente que no era un encuentro, les gustaba jugar a que no lo sabían. El mimo siempre la veía y de la manga de su rayada playera sacaba una cuerda, amarraba un círculo con ella y se la aventaba a la cintura, después de varios intentos Sofía entendió, entonces le seguía la corriente haciendo como si la jalara hasta llegar a sus brazos. Después de eso, la cafetería se convirtió en su escenario, él no le había dicho nada pero los encuentros se hicieron más comunes, cada vez que macaban las ocho los dos llegaban ahí, el mimo la entretenía con algunos juegos de objetos que no se veían, pero Sofía era muy curiosa, empezó a hacer preguntas, cuando quiso saber su nombre, él no dijo nada, su boca permaneció cerrada, trató de decirlo con pantomima pero, ¿cómo se dice un nombre así? Ella no entendía, Sofía era una mujer directa y por un momento quería dejar de lado los juegos, el misterio ya no fue tan divertido, él le llamaba la atención pero si no podía decir su nombre, ¿qué podía esperar para después?
Sofía abrió su puerta, se quitó la ropa en el camino, subió por las escaleras y cruzó su desordenado segundo piso, llegó a su cuarto y se vistió de franela, seguía molesta, pasaron quince minutos y después de leer el capítulo 17 de Rayuela (de la manera tradicional) sintió una presencia en su ventana, ahí estaba el mimo que había subido por una fuerte enredadera en la pared exterior y que estaba tocando con su puño aunque el vidrio estaba abierto, ella lo miró, no dijo nada, por supuesto él tampoco, después de una pausa, él sacó unas flores, como la primera vez, pero con más amor… ella se levantó de su cama, dio cinco pasos y llegó a él, y sin poder evitarlo, un sonrisa se dibujó en su rostro, tomo las flores que no existían y las puso en un florero que no estaba en su buró, después se tomaron de las manos…
Eran personas de tradición, de rutinas que se vuelven especiales, de momentos que se repiten y siempre son como la primera vez, entonces cambiaron el café por el frío de su habitación, por el viento de la ventana, por el olor de la noche, y siempre a la misma hora, él subía por el costado de la casa y llenaba el cuarto de flores que no se veían, pero que estaban ahí, que los dos podían sentir…
Y así como en esas noches las hojas secas de los árboles cubrían por completo el jardín de la casa, fueron noventa y un días en los que el mimo la visitaba, subiendo cada vez la enredadera que se hacía más fuerte, así como el amor entre ellos… entonces las hojas se convirtieron en nieve. Marcaron las diez y esa noche de diciembre, la ventana estaba cerrada, esta vez él golpeó de verdad el vidrio, ella abrió apresuradamente y lo dejó pasar, estando ahí, él sacó una guitarra y comenzó a tocar las cuerdas que no existían, ella se sentó en su cama, sintió la canción que él no cantaba, incluso la pudo escuchar, cerró sus ojos y así sin ver, sin oír, se comunicaban con el cuerpo, después los abrió y él tocó el último rasgueo, ella sonrió, se miraron por unos segundos y entonces él se le acercó, un poco nervioso metió la mano a la bolsa de su pantalón y sacó una pequeña caja negra, era oscura como la noche, como la profundidad del mar, era real, entonces ella se sintió extrañada, el mimo se acercó un poco más y se hincó ante Sofía, abrió la caja para mostrar un anillo pequeño y brillante, ella lo veía con asombro, esta vez en realidad estaba ahí, de pronto se emocionó y lo miró, el destello era real, el del anillo, el de sus ojos, él le regaló la sonrisa más sincera que había sentido alguna vez y ella lo observaba con ilusión, con gran sonrojo, por un momento todo fue silencio, silencio absoluto, silencio total, y el rostro de ella comenzó a cambiar…
Mientras la aguja atravesaba por primera vez, los pensamientos del mimo daban vueltas en su cabeza y una gota de sangre bajaba hasta caer al suelo, la segunda vez dolió más, y a él le dolía la impotencia, la manera en que ella no entendía, la forma en que no le decía las cosas, la tercera vez ni siquiera la sintió, porque ella no sentía lo que él, porque ella no sabía lo que es ser así… La última vez, la cuarta vez que la aguja entró por el final de sus labios y terminó de coser su boca, cortó la cuerda e hizo un gran nudo, se vio en el espejo y limpió la sangre que escurrió por su cuello, y aunque ahora el rojo bañaba su rostro, tenía menos color que nunca, porque él se convirtió en mimo por una razón, él entendió que ella necesitaba escucharlo, pero él era mimo porque era mudo, no podría soportar una vez más que para ser amado, le pidieran ser algo que no podía, así sellaría su boca por siempre, para que no le pidieran volver a hablar, para no volver a fallar al intentar decir “¿te casarías conmigo?”, para no volver a sangrar, para que no le volvieran a romper el corazón…
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