lunes, 11 de noviembre de 2013

Escombros de papel

Y tirado en el piso encima de escombros de papel, cartón y algunos caramelos que los demás niños pronto recogían, por las mejillas del pequeño Luis corrían algunas lágrimas que reflejaban el brillo de la luna mientras él sufría por el dolor de su enamorada que ahora estaba rota.

Luis la conoció algún tiempo antes de su cumpleaños número nueve, era la primera vez que veía a alguien como ella, era callada pero muy divertida, todo el tiempo tenía una sonrisa dibujada en su rostro, era un poco más bajita que él, de su ropa colgaban siempre pequeñas tiras de colores que irradiaban energía, sus ojos eran marrones, grandes y hermosos y en su cabello castaño llevaba un listón de color rosa. Cuando llegó a la vida de Luis fue como si transformara todo, ese inocente corazón de niño se llenó primero de alegría que en poco tiempo se transformó en amor, era la felicidad que le brindaba lo que él necesitaba.

Había algo extraño en ella, pues cuando llegó a este mundo fue como si la hubieran olvidado, vivió sin cariño, sin compañía, sin amor, estaba totalmente vacía, Luis vino a cambiarlo todo. Después de unos días la presentó con sus amigos, jugaban con ella y mientras más convivían, los niños junto con Luis la llenaban de cosas dulces y poco a poco su corazón se sentía más y más lleno, al fin se sentía querida, parte de algo, y la felicidad en ella hacía también más feliz a Luis.

Con los días, el pequeño se volvió un gran apoyo para ella y los dos se complementaban, eran como de mundos diferentes pero se entendían como uno mismo, ahora ella estaba completamente viva, su interior estaba al fin lleno.

Llegó el día de su cumpleaños, Luis estaba muy emocionado, los demás niños también, se encontraban todos en el jardín de su casa cuando su enamorada salió por la puerta principal, se veía más hermosa que nunca, su vestido se movía lento junto con el viento, sus ojos brillaban, su sonrisa deslumbraba y se acercaba poco a poco al cumpleañero, en ese momento la madre del infante salió y cargó a la pequeña, sin razón aparente para Luis la colgó de su blusa a una cuerda en medio del lugar, los demás niños gritaron de emoción y corrieron hacia ella con gran energía, el infante no sabía lo que ocurría, de pronto de ella comenzaron a caer dulces, mismos que ellos días antes habían puesto en su lugar, él, al ver lo que pasaba, se derrumbó y arrodillado miraba conmocionado cómo de los ojos de ella brotaban algunas lágrimas, como sintiendo que le quitaban en ese momento eso que la había hecho sentirse amada, como sufriendo por vaciar la esencia del interior de su corazón, y Luis sufría con ella, y comenzó a sentir un dolor que subía desde su estómago hasta su garganta y una gran impotencia de saber que ella estaba perdiendo lo que le había dado vida, cuando los niños se alejaron de ella y revelaron lo que quedó del espíritu destrozado de la pequeña, él gritó fuertemente y corrió dentro de la casa, los demás en el jardín no entendían qué ocurría, Luis regresó muy rápido y con una cinta empezó a pegar los pedazos del cuerpo de su enamorada, uno a uno empezó a unirlos, había un silencio conmovedor, a excepción del llanto del niño que desesperado seguía juntando el papel y cartón, finalmente tomó su rostro y lo puso en su lugar, una última lágrima cayó en ella y con todas sus fuerzas la abrazó…

Por un momento todo fue silencio, cada niño en el jardín miraba lo que estaba pasando, cada uno de ellos entendió lo que había ocurrido cuando escucharon lo que ella dijo en ese momento.

Hoy, después de algunos años, cada uno de ellos aseguran que cuando Luis abrazó con todo su amor a aquella pequeña a la que arregló después de sentir que había perdido lo que le había dado vida, de la boca de la piñata y con una lágrima en su mejilla, le dijo “gracias” al oído con un susurro de amor…

jueves, 5 de septiembre de 2013

Diario

Inspirado en el cuento “Texto en una libreta” de Julio Cortázar.

6 de febrero de 2013.

Cuando el padre Josep me contrató para llevar el control de la gente que entraba y salía de la Catedral de Barcelona nunca creí que pronto iba a conocer muy bien cada una de las iglesias de la ciudad, él me pareció una agradable persona, aunque con carácter fuerte, siempre era gentil con los demás. Yo no tenía trabajo y necesitaba ese empleo, era fácil, tenía un contador con el que marcaba la cantidad de gente que iba entrando, verificando que pagaran los correspondientes seis euros, también debía contar la gente que salía (lo cual me parecía algo inútil, pero el padre Josep quería llevar el control de todo).

Según lo que me dijeron en la iglesia en ese momento (y que ahora sé que es mentira), el anterior verificador renunció por problemas personales, aunque algunas otras personas me decían que se le veía muy nervioso, y un día solamente no se presentó.

Comencé a trabajar un martes, fueron ciento diecinueve personas que entraron y salieron de la catedral, el miércoles no fue muy diferente, ciento treinta y tres, jueves, viernes y sábado, el número aumentaba de a poco, me gustaba mirar a las personas, a Barcelona llegan muchos turistas, todos ellos son diferentes, empezaba a adivinar su nacionalidad por sus rasgos, los irlandeses son todos altos y rubios, los estadounidenses son parecidos pero en su mayoría más obesos, los mexicanos son de tez morena al igual que varios sudamericanos, pero cambian en sus rasgos y acentos. Y así una semana en la que mi rutina iba a la perfección, el padre Josep me trataba muy bien, los demás trabajadores de la iglesia también lo hacían, era tan sólo el conserje Carles el que me daba un mal presentimiento, me veía extraño cada día al entrar, supongo que desde el primer momento le caí mal.

Pasó una semana y el sábado, el día con más concurrencia en la catedral, yo veía a las personas entrar y salir, algunos franceses lo hicieron, alemanes, portugueses y muchos españoles, también había quienes son difíciles de adivinar, una mujer que tenía pinta de africana, aunque no pude adivinar el país, y también dos hombres que salieron, parecían catalanes pero se veían muy pálidos, eso me hizo dudar su país de procedencia.

Terminé el día y por primera vez los números discreparon, en el marcador conté trescientas treinta y seis personas entrantes, pero salieron trescientas treinta y ocho, ¿cómo era eso posible? En ese momento me pareció irrelevante, tal vez sólo un error de cálculo, se lo comenté al padre Josep pero él parecía preocupado, me pidió que verificara la cuenta y así lo hice, pero el resultado fue el mismo, al final lo atribuimos a una pérdida de los boletos vendidos.

El jueves siguiente ocurrió la segunda anomalía, fueron ciento noventa y seis personas las que tuvieron registro al entrar, pero al salir sólo fueron ciento noventa y cinco, al padre Josep le alteraban mucho estas diferencias, esa noche estuvo revisando conmigo el registro, me di cuenta que el conserje Carles nos veía desde una oscura esquina, en ese momento sospeché que él tenía algo qué ver con la diferencia de números. Pasamos unas horas revisando pero ocurrió lo mismo que la vez anterior, y sin poder encontrar solución al error, lo declaramos una vez más equivocación humana.

Después de la incoherencia en los números la primera vez, yo había puesto mucho más empeño y atención en el registro de las entradas, sabía que no era un error mío y entonces recordé a uno de esos hombres, uno de ellos, que parecen catalanes pero son muy pálidos, entró a la Catedral pero nunca salió, es muy diferente entre la gente, lo hubiera recordado, entonces me escondí al fondo de la iglesia, esperé a que todos se fueran y a que el padre Josep cerrara, hecho esto, me dirigí al lugar en donde Carles guardaba sus cosas y donde pasaba la mayor parte del tiempo, era un cuarto pequeño en donde ya casi no cabían las cosas, en su mayoría herramientas de limpieza, busqué inútilmente por varios minutos, pero en el cuarto no había nada, cerré la puerta y estaba decidido a caminar de regreso pero de repente una tenue luz atrajo mi vista, provenía del suelo, a un lado de la puerta y debajo de una pequeña mesa que se encontraba ahí, moví el mueble y pude ver una puerta de madera que inmediatamente levanté y que reveló unas estrechas escaleras iluminadas por pequeños focos empolvados, como no había nadie que me detuviera y siguiendo el instinto curioso que siempre me ha metido en problemas, bajé silenciosamente por el pequeño pasillo lleno de escalones dificultosos, al final de ellos encontré tres túneles mal iluminados y con piso de tierra, las paredes eran de ladrillos viejos color mostaza y en el techo se podía ver mucha humedad, tomé la vertiente de la izquierda, caminé silenciosamente por el túnel, no era muy largo y al final tuve que girar, una vez más, a la izquierda, lo cual me reveló un pasillo más extenso lleno de celdas, avancé un poco más para ver si podía encontrar algo o a alguien dentro de ellas, pero no, todas estaban vacías.

Pasaron aproximadamente veinticinco minutos y yo seguía caminando, en diferentes celdas encontré artículos variados como ropa, platos e incluso huesos que en ese instante pensé que eran de animal, ahora me temo que tal vez no sea así… en fin, ninguna señal de vida. Por fin llegué al final del trayecto, encontré otras escaleras, de igual manera muy descuidadas, viejas y dificultosas para subir, pero aun así lo hice, aunque en este momento me arrepienta de haber descubierto lo que vi. Cuando abrí la puerta superior lo primero que se presentó a mi vista fue un atrio, era conocido para mi, muy familiar de hecho, cuando volteé el rostro la sorpresa fue mayor, ¡me encontraba en la Sagrada Familia! El edificio y templo religioso más importante de Cataluña. Por un momento me sentí desconcertado, no sabía qué pensar, pero después de reflexionarlo por un rato o dos, uno o dos de esos ratos eternos que parecen tan cortos que no sientes que hayan pasado, concluí que no era muy extraño, en muchas épocas y en muchos lugares las iglesias han construido estructuras por debajo de las ciudades para protegerse de guerras o ataques. Esa noche regresé a la Catedral, regresé como lo hacen las ratas, silencioso, cuidadoso, por debajo de la ciudad, donde nadie puede verme.


7 de febrero de 2013.

Me encontraba aterrorizado en la iglesia de Sta. María del Mar, ni siquiera lo podía creer posible, la noche anterior al llegar a la Sagrada Familia imaginé miles de historias que parecían fantasía acerca de los túneles, situé esas historias en una época muchos años atrás, todo se veía tan lejano.

Me quedé paralizado por un momento, aun seguía asimilando lo que acababa de ver, ese hombre a la mitad del túnel del medio me dijo que saliera de ahí, los demás en las celdas me veían con miedo. Después de correr hasta la iglesia mis pies no me dejaban regresar, no sólo por cómo temblaban, sino por la falta de fuerza también.

Esa noche intenté salir por las puertas del templo de Sta. María y regresar a mi casa por la calle, las noches en Barcelona están llenas de vida y necesitaba ver esa energía para dejar atrás la del túnel, pero fue inútil, todo estaba cerrado.

Bajé una vez más las estrechas escaleras, fue como un déjà vu en reversa sólo que yo caminaba hacia adelante, las tenues luces me dejaban ver los demacrados y pálidos rostros de las personas en las celdas, conforme yo iba pasando todos me observaban, no hubo uno solo que no lo hiciera, y cada par de ojos siempre transmitía miedo. Hay un pequeño niño ahí (o al menos yo supongo que sigue ahí, estoy seguro de que es casi imposible salir), por su apariencia pude deducir que no llevaba mucho tiempo encerrado, se veía algo inquieto, pero la cadena alrededor de su tobillo no lo dejaba mover.

Estaba también aquella anciana sentada en la esquina de su celda, su cuerpo tenía menos fuerza que mis piernas, que seguían temblando, las personas a su alrededor eran más jóvenes, pero se notaban igual de acabados. Tardé unos doce minutos en llegar a la Catedral, todo el camino fue callado, mis pies andantes fueron los únicos que hicieron ruido, al fin salí del lugar.

Llegué a mi cama pero no pude dormir, estuve tratando de asimilar por horas lo que había visto, pero simplemente me fue imposible. Pensé en mil y dos cosas qué hacer, pero en cada una las consecuencias eran desastrosas, ya fuera para mí o para las personas que se encontraban prisioneras ahí abajo. Y así pasó la noche.


8 de febrero de 2013.

Trescientas once personas entraron y salieron.
Doscientas diecinueve personas entraron y salieron.
Ciento veintitrés personas entraron y salieron.
Ciento treinta y cinco personas entraron y salieron.

Llegó la noche del martes.

Para las diez de la noche ya estaba desesperado, a punto de llamar por teléfono al padre Josep para pedir ayuda, pero fue desde las nueve y media que, después de que cerraran las puertas de la Catedral, descubrí a Carles entrando por la puerta escondida hacia los túneles. Llevaba ya cuatro días meditando la situación, pero no había tomado una elección, antes de acudir a la policía decidí recaudar más información y me encaminé a seguir al conserje. Bajé silenciosamente y cuando llegué a la bifurcación de los tres caminos, escuché pasos en la vertiente de la derecha. Caminé silenciosamente y con cuidado, era el único camino que no conocía así que traté de ser muy cauteloso, éste era mucho más complejo, había más pasillos que cruzaban el principal.

Los pasos de Carles se escucharon cerca y me escondí en uno de esos pasillos, un hombre de mediana edad, con ropa muy sucia y piel sin color me vio, estaba en una celda en donde había algunas herramientas de trabajo muy austeras en el piso, con el dedo índice en mis labios le hice una seña para que no hiciera ruido, seguí caminando y vi a varias personas en la misma situación, hombres, mujeres y dos niños, otra vez el miedo los dejaba mudos e inmóviles.

De pronto una luz al principio del pasillo llamó mi atención, volteé y logré ver a Carles, que enseguida me empezó a perseguir. Corrí entre la red de pasillos, en todos y cada uno descubrí lo mismo, hasta que, según mis deducciones, llegué al final del túnel en donde encontré una escalera, volteé y el conserje ya no se veía venir detrás de mí así que subí, y como era de esperarse, salí a la iglesia de Sant Pau del Camp (quién sabe hasta cuántas iglesias estarán conectados los pasillos del último túnel), estando ahí llamé inmediatamente al padre Josep, le dije que tenía algo que mostrarle y llegó de inmediato al escuchar mi preocupación. Bajamos cautelosamente y cuando él vio lo que se encontraba justo debajo de las iglesias que él pisaba día a día, su rostro se llenó de horror, de consternación. Caminamos un poco, le conté que Carles estaba involucrado y que había que tener cuidado porque estaba ahí abajo buscándome.

-¿Por qué no me habías dicho nada?- Me preguntó.
-Decidí esperar a tener más información, estar más seguro de lo que estaba pasando-
-Vámonos de aquí-
Y regresamos por la red de caminos en la que nos habíamos metido, caminamos unos tres minutos, pero ya me sentía perdido. Dimos la vuelta en uno de los pasillos, entonces el padre Josep volteó hacia mí, en sus ojos había una pesada vibra, y rápido abrió una celda y me empujó hacia dentro, pero antes de que la cerrara logré dirigir un golpe a su mentón y corrí.

Corrí, corrí, corrí, me agité y corrí, mi respiración fallaba, me perdí, y después de correr, corrí un poco más. Pase por una esquina y una mano en mi boca detuvo mi carrera.

-No hagas ruido- Dijo Carles muy quedo en mi oído.
-El padre Josep lleva años encerrando a la gente aquí obligándola a trabajar, manufacturan productos religiosos que se venden por todo Barcelona, sé que te diste cuenta cuando los números no resultaron iguales, el sábado diecinueve de enero dos prisioneros escaparon, el jueves veinticuatro uno de ellos regresó porque su familia aún está aquí, pero no logró volver a salir. Descubrí lo que el padre está haciendo, empecé a hablar con esta gente, ya pronto los sacaré de aquí, ellos confían en mí. Ahora voy a quitar mi mano de tu boca y espero que me dejes ayudarte, yo conozco la salida-

Y así fue, Carles retiró su mano y lo volteé a ver, él empezó a caminar y yo tan sólo lo seguí, varias veces escuchamos al padre Josep acercarse, pero Carles conocía muy bien el camino y siempre lo evitamos. Llegamos a un pasillo largo y al final pude ver la escalera que sube hacia la Catedral, apresuré el paso para llegar, iba a un lado del conserje, lo primero que haría al salir sería ir con la policía, pero a la mitad del camino él se detuvo, fueron las últimas palabras que escuché.
-Tiene a mi familia, eres tú o yo, perdón- Y de un golpe me dejó inconsciente.


9 de febrero de 2013.

Unas trescientas personas deben estar entrando hoy a la Catedral, si no me equivoco, hoy es sábado, a veces escucho al padre Josep hablar con Carles afuera de la puerta, me dan cada día comida y agua por una pequeña reja que pueden abrir sólo desde fuera, pero cada vez es menos. Por la apariencia del cuarto puedo deducir que en la desesperación de Carles, me metió en la oficina de Josep, llevo once días encerrado aquí. Creo que empezarán a negociar conmigo, el trabajo de prisionero por la comida. Sólo mantengo la esperanza de que alguien, algún día, lea este diario. Llevo once días encerrado aquí, mi piel ya comienza a verse pálida…

jueves, 25 de julio de 2013

La vie en rose

Para Elsa, mi gran inspiración...

Tantas cosas pasan en una vida…
Naces, creces, juegas, vuelas, naces, creces, besas, naces otra vez, disfrutas, lloras, no disfrutas, sientes, creces, haces el amor, intentas no reproducirte, haces el amor y naces, vives la vie en rose, en un instante nunca mueres… mueres.

Tantas cosas pasan en seis meses…
Viajar, explorar, conocer, un lugar, otro espacio, y no sentir el espacio, respirar el aire nuevo y sentir como si hubiera sido tuyo toda la vida, una persona, otra alma, otras miles de almas, y tan sólo esa alma…

Y seguir viajando, llegar a un acantilado, sentir el frío, sentir el borde de la tierra, sentir el borde de Irlanda, y no sentir nada, sólo vivir, ver jeux d’enfants, tararear la vie en rose, imaginar el juego más arriesgado, jugarlo sin saber, sabiendo que sabes, querer no saber sabiendo.

Beber agua, una fuente y otra fuente, sentir el Coliseo, cantar What a wonderful world, besar el Coliseo, cantar What a wonderful Rome, que te besen por primera vez, aceptar dormir, invitar a dormir, luego dormir, y dormir y dormir, y luego ya no dormir y después otra vez dormir juntos, y así de a poquito, extrañar…

Tantas cosas pasan en un día…
Caminar, caminar hasta volar, sentir dolor y caminar, ver fuegos artificiales en la torre Eiffel, escuchar la música, celebrar, pedir la vie en rose, y como telepáticamente, escuchar la vie en rose, llorar, sentir, escuchar y llorar, alejarse, despedirse sabiendo que no es una despedida, querer que esté ahí y querer estar allá, y no estar en ningún lado estando en los dos lados.

Encontrar la caja, tomar la caja, girar la perilla de la caja musical, tocar la vie en rose, sentir asombro y no asombrarse porque no es casualidad, sentir relajación, sentir pasión, caminar y encontrarla otra vez, o ser encontrado, o ser inventado (realmente no se sabe), pero la historia, inventada o no, sigue.

Tantas cosas pasan en un momento, y de un momento a otro… enamorarse…
Y sentir el amor en ese instante, ver por primera vez el Big Ben, o cruzar Abbey Road o besar Abbey Road y sentir el amor, sentirlo en las manos y no sentir las manos, sentir los latidos o también escucharlos, y saber que está ahí porque está latiendo, pero el corazón está en otro lado y regado por todo el lugar.

Tantas cosas pasan en una vida, y nunca una vida será suficiente…
Nacer cada vez y otra vez, conocer, amar, declarar, callar, gritar el silencio o silenciar los gritos, o las dos fuertes súplicas a la vez, emocionarse, abrazarse, besarse, tomarse, vivir, vivir y saber que la vida será aún en muerte, vivir y saber que la vida no será en soledad, vivir y saber que la muerte será otra vida, vivir y vivir la vie en rose

miércoles, 15 de mayo de 2013

La burbuja

Las burbujas salieron del aro, con la libertad con la que el viento sopla, con la belleza de la naturaleza, con la energía de un niño, y todas ellas reían, eran felices. El infante comenzó a reventarlas, un dedo en una, un manotazo en otra, y así fueron desapareciendo mientras él reía, había una burbuja rezagada al final, esperando su turno para ser reventada, veía cómo las otras hacían feliz a ese pequeño, ella quería ser parte también, pero pasó un instante y el niño sopló otra vez el jabón, se olvidó de ella y comenzó a reventar a las nuevas compañeras. 

La burbuja sólo lo vio, después se apartó… y con la tristeza como su guía, emprendió a vagar sin rumbo. Vio entonces a un pequeño, estaba llorando sentado en una caja de arena en el parque, se acercó con cuidado y pensó que era su oportunidad para cumplir su misión, estaba justo a su lado pero el niño tapaba su cara con las manos y no la veía, un dulce voz femenina le habló con ternura, él levantó el rostro y con gran ilusión vio a su madre que le llevaba su juego de video favorito, sonrió y se fue corriendo. 

La melancólica burbuja siguió su camino, ya ni siquiera le importaba a dónde iba, sólo dejaba que el viento la llevara, en su mente empezó a anhelar chocar contra la espina de una rosa o que algún pajarillo distraído en su vuelo la reventara, y fue entonces que se percató de la presencia de una niña en el columpio azul del fondo del parque, sus pequeños ojos transmitían inocencia y soledad, y sus labios curvilíneos se inclinaban hacia abajo, al igual que su mirada. La burbuja, con un poco de esperanza, se acercó, y como si la pequeña sintiera su presencia, levantó los ojos y la miró, y fue como si en su delgada estructura de jabón corriera sangre caliente, se emocionó, pero un instante después llegó otro niño y acercó su puño cerrado, la burbuja perdió la atención de la niña, y al abrir la mano su pequeño amigo, reveló una hermosa mariposa de alas violeta tendida sin vida sobre su palma, la niña comenzó a reír y veía con gusto al infante, y como si la burbuja tuviera corazón, sintió que algo se rompía dentro de ella, no podía creer que la desgracia natural causara ese efecto en ella, en ese momento deseó no haber sido creada en un mundo donde los humanos son tan inhumanos, y se apartó del lugar. 

El día era soleado, pero ella veía todo gris, pasaba entre los niños y los veía divertirse con banalidades, entre todos ellos había uno que jugaba cerca del lago, su ropa era simple y su redondo rostro estaba lleno de lodo, sus zapatos estaban casi rotos y su cabello negro, empapado por el agua con la que se divertía. A alguien así ella quería encontrar para hacer feliz, alguien que apreciara la belleza de la naturaleza, las grandes maravillas simples que nos ofrece el mundo, pero él no, él ya era feliz. 

Y sin poder encontrar al niño que le ayudaría a cumplir su misión, bajó la mirada y ahí la vio, la espina en el tallo de la rosa con la que terminaría todo, decidida, la burbuja se dirigió hacia la punta de la púa, en su interior pensaba que era lo mejor, como burbuja ya había tenido una vida larga, y justo antes de llegar, una enérgica carcajada la interrumpió, se detuvo y volteó, y con los ojos muy abiertos y una sonrisa gigantesca, el niño del lago la veía emocionado, la burbuja no entendía, él ya era feliz, pero los dos se miraron fijamente, por un momento el tiempo se detuvo, y la felicidad se transmitió del niño a la burbuja, y el dedo del infante se acercó a ella como en cámara lenta mientras su sonrisa crecía, igual que la emoción, y la burbuja comprendió que su misión no era hacer feliz a un infeliz, porque la infelicidad es viciosa y contagiosa, en cambio, debía aportar a la felicidad de un alma alegre porque de esa manera ella era feliz también, se complementaron, y en ese instante la burbuja fue reventada, y el niño carcajeaba y su risa se escuchó en todo el parque, y como si él le agradeciera, el alma de la burbuja subió al cielo sintiendo en todo su ser esa sincera sonrisa, y los dos fueron felices, los dos fueron felicidad…

miércoles, 10 de abril de 2013

El espejo


La sangre ya corría por el suelo, como dibujando con carmín el dolor que sintió su víctima cuando con la vieja y oxidada navaja para rasurar, abrió su torso en línea recta, desde la garganta y hasta la pelvis. Lo hizo de manera tan exacta que cualquiera pensaría que era un experto, pero no, no era más que la devoción con la que estaba matando, la satisfacción de saber que él lo merecía.

Lo primero que destrozó fueron sus cuerdas vocales, a lo largo de su vida había dicho palabras horrendas, no merecía hablar más, y mientras que con las grandes y pesadas tijeras cortaba su tejido como carne cruda, su desesperación lo obligó a emanar el último sonido de los minutos que le quedaban de vida, el eco del desgarrador grito sonó furiosamente hasta que el último corte lo detuvo, todo quedó en silencio.

El olor de la madera húmeda en las paredes se mezclaba con el de la sangre que aun salía de su cuerpo, y aunque lo veía sufrir, inhalaba fuerte, deleitando su olfato, pronto el aroma cambió, se volvió fétido cuando el cuchillo sin filo cortó dificultosamente sus intestinos, qué ironía, toda su vida había cubierto de mierda a los demás, esta vez fue su turno.

Y así, con las manos repletas de mierda, el asesino tomó un picahielos. La blanca luz de luna que entraba tenue por la ventana sería la última que vería antes de que la mano de su homicida introdujera su instrumento por el centro de su iris derecho, con un movimiento lento deslizó su globo ocular hacia afuera, resbalando suavemente, haciéndolo sufrir en silencio hasta salir por completo de su rostro. Después de todo era lo mejor, con esos grises ojos siempre vio la amargura a su alrededor, siempre lo disfrutó, esta vez le tocaba sufrir, pero su ojo izquierdo permaneció, no era justo que no viera por completo su masacre.

Siguió con su mano izquierda, protagonista de tantos cuellos estrangulados. No tenía más que un trapo sucio que amarró en su brazo, pues el desangramiento no era una opción, después tomó el viejo serrucho y firmemente acarició su muñeca con él, cortando lento pero constante mientras el cuerpo del mutilado se retorcía en dolor, un satisfactorio dolor.

Estaba a punto de terminar, cada uno de los simbolismos del ritual estaban casi completados. El ambiente que se sentía en el lugar era repugnante, pero el moribundo joven ya estaba acostumbrado, así había envenenado el aire del que respiraba la sociedad en la que se desenvolvía, y de repente sintió una navaja entrando por su pulmón derecho, fue un golpe rápido que en seguida salió, una mezcla de sangre y líquido pleural entró a su órgano dañado y lo comenzó a ahogar, la respiración se tornó ardua, se escuchaban como gárgaras jadeantes en su garganta luchando por sobrevivir un instante más, fue en ese momento que con las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó de la esquina del cuarto en el que fue torturado, tomó la última herramienta de la mesa de madera podrida y caminó hacia el espejo al otro lado de la habitación, y ahí se visualizó, moribundo, desgarrado, destrozado pero satisfecho. En un último acto de conciencia, supo que no debía morir de manera menos cruel, y aun no se comparaba con el sufrimiento que él profesó, levantó la daga que sostenía con su mano derecha, extremidad que materializaba a su asesino, pues la izquierda yacía al otro lado de la habitación, y la introdujo justo en el centro de su menos preciado órgano vital, su insensible corazón, el que nunca había latido, fue hasta ese momento que un único acto lo hizo vivir, y en seguida murió lleno de amor, amando la excitante culminación de su apasionante suicidio.

domingo, 31 de marzo de 2013

El muchacho de la calle Merrion Square


Siempre fue muy escéptico con muchas cosas, era más bien una extraña combinación entre un muchacho soñador y un hombre de razón, él había encontrado el equilibrio, o por lo menos eso creía, pero si algo tenemos los seres humanos es que necesitamos creer en cualquier cosa que nos dé esperanza de que existe algo más que lo que nuestros ojos pueden ver.

Por sus piernas y hasta sus ojos subió una extraña pero inspiradora magia, cuando llegó al lugar no pudo más que besar el suelo del hogar del que su gran ídolo, ese literato al que tanto admiraba, salía cada mañana para el día a día, sintió ganas de llorar, la emoción llenaba su ser de una manera totalmente nueva.

Era la Merrion Square North en Dublín, y al final de la calle, justo en la esquina, ese lugar tan lleno de historia, estaba la casa donde Oscar Wilde vivió hasta sus 21 años, y de repente toda la piel se le enchinó, viendo de frente la majestuosa y blanca morada, dando lugar a un gran suspiro.

Llegó como por casualidad, era lo que menos esperaba, pero si en algo siempre ha creído es en el destino, toda su vida ha estado en los lugares en donde debe estar, y en ese momento, justo en ese frío instante, no debía estar en otro lado más que ahí.

Se sentó en las escaleras, posó su hombro sobre el barandal, cerró los ojos… se sentía lleno de alegría, igual que el príncipe feliz, lleno de juventud, justo como Dorian Gray, tan apasionado como el ruiseñor que lo hace todo por amor y tan enamorado como el enano frente a la infanta, y con una sonrisa dibujada en su rostro, no hacía más que agradecer al destino.

martes, 19 de marzo de 2013

Do menor

Gabriel acariciaba suavemente el rostro de Julieta, sus cuerpos bailaban de cerca al ritmo de la lenta música de fondo, el vestido rojo de ella se deslizaba por el suelo mientras que la fuerza de un último acorde los detuvo, un pequeño silencio y la discreta corriente de viento moviendo el cabello dorado de la bella mujer, las profundas miradas se congelaron algunos segundos, la sonrisa del caballero enamorándola. Gabriel se alejó un poco de ella y con una seña ordenó al violinista del lujoso restaurante, el cual ya estaba vació, que se alejara. La velada acababa y Gabriel invitó a Julieta a su hogar a tomar una copa de vino, por supuesto, ella aceptó.

Entraron a la casa, muy bonita y grande, con alfombras en el suelo, pinturas en las paredes y adornos de oro por doquier, típicos de su época, hace tan sólo unos siglos que esta historia ocurrió. En el último cuarto había un piano de color negro profundo como la noche y brillante como la luna, ahí fue donde entraron, se sentaron en la sala y Gabriel le sirvió vino a Julieta en una copa de cristal muy fino, él también se sirvió una, comenzaron a platicar y la noche seguía su camino, pasaron tres o cuatro horas y la elegancia y caballerosidad del hombre enamoraban cada vez más a aquella dama, el coqueteo no se hizo esperar, Julieta subía un poco su vestido para dejar ver sus talones, discretamente acariciaba los dedos de Gabriel, quien se dio cuenta rápidamente, entonces se levantó y estiró su mano hacía la bella mujer de rojo, ella se la dio también y dejó llevarse por el momento, el caballero la llevó al piano, se sentaron para que el hombre le tocara una melodía, entonces, comenzó con un melancólico do menor, y las notas nacían de aquellas cuerdas, deleitando los oídos de Julieta, quien solamente cerró los ojos, la dulce música armonizando todo el lugar y los dos disfrutando, la preciosa dama sólo se dejaba acariciar por los sonidos que rozaban sus oídos, Gabriel movía suavemente sus manos creando la melodía más hermosa que una mujer pudo escuchar alguna vez, mientras, la música seguía y cada vez había sonidos más estruendosos, Gabriel empezaba a sentir excitación, Julieta se comenzó a poner un poco pálida, se sentía extraña, y las teclas seguían presionándose, la melodía era más fuerte, los ojos cerrados de la bella mujer ya no se abrían, se notaba que le faltaba la respiración, mientras los dedos del hombre se volvían más rápidos y fuertes, él ni siquiera la volteaba a ver, de repente una extraña energía roja empezó a salir del cuerpo de Julieta que luchaba por respirar, parecía humo que emitía un resplandor, la faz de Gabriel dibujaba una sonrisa que transmitía un placer indescriptible mientras seguía tocando su piano en la callada noche, extrañamente de las teclas del instrumento salía energía también, esta vez era azul y llegaba hasta los dedos del pianista como si lo estuviera alimentando, así él seguía sintiendo esa excitación por unos minutos hasta que Julieta cayó muerta en el momento en el que Gabriel terminó la melodía, pasaron unos segundos y delicadamente, el hombre levantó en brazos el cuerpo pálido y sin vida de quién enamoró perdidamente, se dirigió a un extenso jardín que se encontraba detrás de la casa y bajo la luz de la luna, Julieta fue enterrada para pasar la eternidad escondida en la tierra de ese lugar.

Minutos después, Gabriel subió al segundo piso de la casa, llegó a un pasillo y caminó al final de él, abrió la puerta de uno de los cuartos y entró, la oscuridad no dejaba ver mucho, pero ya conocía el camino, se topó con una cama, en ella, un niño dormido, nueve años aproximadamente, muy parecido a quién lo miraba, se llamaba Carlos, Gabriel se acercó a él y le dio un beso en la frente, cuando lo hizo, de su boca salió una vez más esa energía con forma de humo resplandeciente de color azul, está vez solamente acarició el rostro del pequeño, hecho esto, salió de la habitación y por varias horas caminaba solo por la casa, muchos recuerdos invadían su mente, una mujer gritando, un bebé arrullado, mucho humo, una lágrima caer… y Gabriel no podía más, las visiones lo atormentaban y no lo dejaban dormir hasta que el sol se asomaba por una de las ventanas de la casa.

Y así era cada noche, el elegante caballero vivía enamorando bellas mujeres, era fácil para él, después de una lujosa cena y una poética danza, Gabriel invitaba a su víctima a beber una copa del más delicioso vino, entre sonrisas y caricias, las mujeres caían rendidas, perdidamente enamoradas, los impulsos las llevaban al coqueteo, esa era la señal, y entonces, pasaban al piano, ese hermoso piano que cada noche robaba la vida de una de ellas, para después, terminar bajo tierra junto con todas las demás. La rutina seguía, como cada noche, con el beso en la frente de aquel niño que reposaba eternamente en el último cuarto de la casa, el más oscuro, para después dar lugar a los tormentosos recuerdos que invadían la mente de Gabriel, cada noche eran diferentes, pero siempre se referían a lo mismo, siempre lo torturaban, hasta que el primer rayo de sol se asomaba por la ventana principal de la casa y Gabriel caía dormido en la sala, junto al piano.

Un once de diciembre, era una noche oscura y tormentosa, Gabriel conoció a Andrea, una mujer bellísima vestida de azul, era de cabello largo, ondulado y negro, una piel blanca como el mayor resplandor de cualquier estrella, con pequeñas pecas sobre su rostro color durazno, unos ojos café claro, grandes y deslumbrantes, con labios pequeños y rojos, como las rosas que el invierno había cubierto de nieve, la sonrisa más hermosa que algún hombre ha podido ver, un delicioso y delgado cuello con olor a dulce y unas delicadas y suaves manos que sostenían con ternura las de Gabriel mientras bailaban con el canto de un violín de fondo, pero tan asombrosa belleza no le impresionaba, después de tanto, ya estaba acostumbrado.

El baile terminó y la invitación se suscitó, los dos salieron del restaurante camino a tomar la copa de vino, pero esa noche no paraba de llover, un potente trueno se escuchaba muy cerca y la fuerza del viento era tal que las gotas de agua golpeaban agresivamente sus rostros, los dos corrían camino a la carroza que los esperaba, dos enormes caballos blancos atados a ella que se encontraban un poco nerviosos y un viejo hombre que la conducía, pero a la mitad del camino, sin razón alguna, Andrea comenzó a reír, Gabriel no hizo más que detenerse sin saber la razón de la reacción de aquella dama, él, insensible como siempre, pero debía fingir, así que con una sonrisa preguntó a Andrea qué pasaba.
-Nada- respondió ella –Es sólo que me encanta la lluvia-
-Pero debemos irnos, vas a enfermar-
-¡No importa! ¡Disfruta el momento!-
Y al decir eso, un fuerte rayo hizo retumbar el lugar, asustando a Andrea que abrazó a Gabriel, ellas seguía riendo mientras a él le extrañaba la actitud de su acompañante, entonces caminaron a la carroza y partieron del lugar.

Ya en la casa del anfitrión, el vino fue servido en las mismas copas de cada noche, ese cristal tan fino que hace años no se rompía, el cabello mojado de Andrea la hacía lucir preciosa y al mismo tiempo inocente, esa inocencia con la que miraba al hombre del que después de unas horas se empezaba a enamorar, y como siempre, Gabriel fue un caballero con la señorita, además seductor por naturaleza, pero siempre respetándola, las horas pasaban y la sonrisa de Andrea no dejaba de brillar, fue una noche extraña ya que la señorita no intentaba coquetear, aunque de vez en cuando tomaba la mano de Gabriel o lo abrazaba un poco, no era como las veces anteriores, y el experimentado pianista no sabía qué hacer, ¿Romper con la rutina? Pero si así ha sido por años… solamente decidió esperar a que ella cayera como todas las demás y sus impulsos fueran más fuertes que su razón, pero así transcurrieron las horas, Andrea se encontraba feliz, toda la noche había bromeado con Gabriel, toda la noche enamorándose en secreto, él, fingiendo aún, estaba desesperado porque el amanecer se acercaba y no había logrado su objetivo, y por fin decidió romper la rutina, se levantó y estiró su mano a la hermosa dama, ella le respondió y caminaban hacia el piano al final de la habitación, pero antes de llegar, justo en el momento en que Gabriel le dijo que tocaría una melodía sólo para ella, Andrea lo tomó de la cara y delicadamente lo volteó, acercando sus labios hasta darle un beso, el hombre pudo sentir la sinceridad con la que ella lo besó, los ojos de la dama se abrieron, transmitía a través de ellos todo el amor que había contenido a lo largo de la noche, Gabriel sintió esa emoción que hace casi una década no sentía, su mente estaba confusa, ni siquiera podía reconocer a ciencia cierta lo que le pasaba, Andrea lanzó una sonrisa coqueta, se sentó en el taburete del piano y le dijo:
-Y entonces, ¿Vas a tocas para mí?-
Gabriel asintió con la cabeza aunque en realidad no sabía qué hacer, después de tantas mujeres y de un rápido análisis en su cabeza, aunque no lo quería aceptar, se dio cuenta de que Andrea lo enamoró, ese dulce beso lo hizo revivir. Gabriel se sentó junto a la bella mujer, puso los dedos en el piano, acomodó ese melancólico do menor de todas las noches, pero no se atrevió, sus dedos no respondían, su respiración se contenía, mientras, Andrea esperaba, ella comenzó a notarlo extraño.
-¿Te pasa algo?- Preguntó.
-No, nada, es solo que… no recuerdo la melodía-
Y el pretexto le sirvió para pensar unos momentos más, sabía que tenía que hacerlo, pero algo en su ser no quería, por su mente comenzaron a llegar los recuerdos que cada noche lo atormentaban, un fuerte dolor de cabeza lo lastimaba mientras se aparecían las visiones, entonces, después de algunos segundos de luchar contra sí mismo, de su boca salió un desgarrador suspiro, y así fue como presionó las teclas y fue más hermoso que nunca, inmediatamente Andrea sintió la fuerza de la música, transportándola a un mundo de transe, de placer, de excitación igual que a Gabriel, los dos se deleitaban y sentían el mayor placer de toda su vida, la velocidad subía y el volumen también, entonces la blanca piel de la dama comenzó a quedarse sin el rubor característico de toda la noche, al mismo tiempo que comenzó a luchar por su respiración, mientras, el piano seguía sonando y la luz del sol ya se comenzaba a ver por la ventana de la habitación, las notas eran dueños de los dos, se volvieron esclavos de la melodía, Andrea comenzó a radiar energía blanca de su cuerpo, un color que nunca había visto Gabriel, fue tan extraño que por primera vez había dejado de mirar el piano mientras tocaba por verla a ella, y a mitad de la melodía, cuando el dulce cuerpo de la bella dama comenzaba a desvanecerse, una tierna voz al pie de la escalera los interrumpió:
-¿Qué haces papá?-
Y estas palabras detuvieron como por magia a Gabriel, el piano dejó de sonar y Andrea cayó al suelo aún consciente.
-¿Qué haces aquí?- preguntó el pianista a Carlos mientras se apresuraba para llegar con él, quien se encontraba parado al término de la escalera, se veía débil y pálido.
-No sé, creo que la música me despertó-
Andrea no entendía lo que pasaba y se levantó con un miedo intenso que recorría toda su piel, al ver la apariencia del niño salió corriendo de la casa, Gabriel no pudo más que gritar su nombre mientras se alejaba, pero ella no hizo caso. El caballero volteó a ver a su hijo con gran extrañeza, la segunda noche más rara de mi vida, pensó, y Carlos interrumpió su pensamiento.
-¿Quién era ella?-
Gabriel se quedó pensando por un momento, llegó el día en que tendrá que decir la verdad.
-Se llama Andrea-
-Y ¿Qué hacía aquí?-
Un pequeño silencio se apoderó del lugar.
-¿Recuerdas cuando me preguntaste por tu madre?- Preguntó Gabriel.
-Sí-
-Y ¿Recuerdas que te dije que pasó?-
-Dijiste que murió cuando yo nací por un problema en el corazón-
-Sí… la verdad Carlos es que ella murió de otra forma… algunos años antes de que tú nacieras, ella era una importante pianista del teatro principal de la ciudad, su composición más hermosa fue esa melodía que tú escuchas todas las noches, yo la conocí cuando escribió la nota final, era una mujer hermosa, nunca más he conocido a alguien que siquiera se acerque a su belleza, desde el primer momento me enamoró, y cuando me miró, lo supo también, comenzamos a salir, fue cuando se embarazó de ti, a toda la gente le gustaba mucho su música e iban a verla tocar, con su arte ella enamoraba a los de corazón roto, hacía sonreír a los derrotados, hacía llorar a los insensibles, hacía feliz a todo aquel que la escuchara, pero tu madre se obsesionó tanto con la música que se quedaba día y noche en el teatro a tocarla, se fusionó con su melodía, se volvieron uno mismo, la obsesión la obligó a dejar a todos de lado, por consiguiente, todos la olvidaron… menos yo, siempre estaba ahí con ella, llegué a odiar ese piano, el mismo que tienes frente a ti-
Carlos no decía nada, silencio en su boca pero un torbellino en su mente, sus ojos comenzaban a verse llorosos.
-Los días pasaban y pedía a algunos mozos que llevaran de comer a tu madre mientras yo salía a arreglar negocios, de repente un día, uno de ellos desapareció, ella dijo que no sabía la razón, que no lo vio marcharse, yo como un enamorado total, fui ingenuo y le creí, pero una semana después desapareció uno más, y cinco días después, otro… lo recuerdo tan bien, así comenzaron a desaparecer cada uno de ellos, cada vez más seguido, noche tras noche, hasta que un día, el último valiente entre mis servidores fue a llevarle el alimento, decidí esconderme para saber porqué desaparecían, el mozo llegó al teatro y se acercó a tu madre, ella fue muy amable con él, empezaron a conversar, así fue por algunos minutos, el hombre en verdad se veía contento con ella, entre palabras y sonrisas, se sentaron en el piano, yo no alcanzaba a escuchar lo que decían pero supuse que tu madre le propuso tocarle una canción al mozo y él aceptó, ya que ella puso las manos sobre el piano y comenzó a crear su magia, el lugar retumbaba con la acústica que lo envolvía, los tres ahí soñábamos despiertos, entre tanto deleite, algo extraño ocurrió, el cuerpo del hombre comenzó a irradiar energía, salía de todos los poros de su cuerpo, el miedo me invadió, no supe que hacer, al terminar la melodía, él cayó muerto-
-¿Muerto?, ¿Qué le hizo mi mamá?-
-Después de tanto, ella se fusionó con su instrumento, eran uno mismo, y para vivir necesitaba de él, con su melodía robaba la vida de los hombres que escuchaban su música, fue como un hechizo que con el tiempo la atrapó y nunca más la soltó, tan sólo dos días después, tú naciste, esa noche y una anterior, tu madre sufría, sus gritos retumbaban en mis oídos, solo yo estaba con ella, en el momento de la agonía me suplicaba conservar el piano, la mañana siguiente ella murió al no poder robarle la vida a nadie, no soportó dos noches sin su instrumento y la vida que le regalaba. En la sangre llevas el espíritu de tu madre y la maldición heredada, por eso cada noche traigo a casa a una nueva víctima y realizo el ritual, les robo la vida para después regalártela con un beso-
Carlos, entre pensamientos confusos y su inocencia, logró comprender la historia, no sabía cómo sentirse, el miedo empezaba a invadirlo, Gabriel lo notó, pero siguió explicando.
-Tú tienes en tu ser, en tu espíritu, la herencia de tu madre, eso significa también su habilidad para tocar su instrumento, el día en que ese piano no cante su melodía, tú morirás-
El pálido niño seguía escuchando sin decir nada, cada palabra penetraba en su mente, cada pensamiento era más complejo.
-Andrea era la víctima de hoy, le he robado media vida, pero no será suficiente, ahora debo encontrarla, no puedo dejarla con la mitad de su ser ya que no soportará, morirá en vano…-
Gabriel se acercó a su hijo y lo besó en la frente, humo azul, muy poco humo azul salió de su boca rodeando la cara de Carlos.
-Y media vida te he dado en este momento, eso hará que te recuperes por algún tiempo, pero necesito encontrarla, ahora la otra mitad es vital… sin ella, tú morirás-
Carlos, aún débil, miraba a su padre con ternura, Gabriel se alejó y se puso un saco, le ordenó al niño que fuera a dormir a su cuarto, prometiéndole que todo estaría bien y se marchó del lugar.

Afuera ya había amanecido, pero el sol de pronto fue cubierto por grises nubes que no volaban muy alto, en ese día sombrío, Gabriel recorrió todo el pueblo buscando a Andrea, tratando de encontrar a esa bella mujer que logró lo que en años nadie había podido, en una noche, en un beso, lo enamoró. Y recorrió cada rincón que encontró, las horas pasaban y el día se nublaba, las densas nubes se volvían cada vez más oscuras, después de unas horas, un trueno desató la lluvia que dejaría las calles del pueblo desiertas, no había nadie más que él, y caminó tanto bajo el agua que se encontraba empapado. Gabriel comenzaba a fatigarse, pero no se daba por vencido, y un poco desgastado, pasaba por el frente del último restaurante al que fue, se encontraba en una calle larga y mojada, al final de ella, el cansado hombre vio una mujer con el vestido azul de Andrea, sus ojos no la distinguían bien por tanta lluvia pero sabía que era ella, gritó su nombre pero en cuanto la dama lo escuchó, echó a correr, aún el pavor la invadía, Gabriel trataba de alcanzarla pero las gotas que nublaban su vista y el empedrado de las coloniales calles se lo dificultaban, después de correr algunos metros, Andrea comenzó a bajar el ritmo, no se sentía muy bien, la respiración le comenzó a faltar, ella corría y sus pies tropezaban hasta que cayó por el cansancio, Gabriel la alcanzó, ella no lo volteaba a ver, el hombre la llamó muy débilmente por su nombre pero no contestó, se hincó para poder hablar con ella pero al ver su rostro, su expresión cambió completamente, esa bella mujer que conoció una noche anterior ya no existía, su hermosa piel se veía sin color, el brillo de sus ojos se había ido, en su faz se podía sentir el dolor y sufrimiento por el que estaba pasando, parecía como si le hubieran quitado media vida… Gabriel nunca se había sentido tan culpable, experimentó un dolor en el estómago y se contuvo de soltar la lágrima que pedía salir para tomar valor y hablar con ella.
-Andrea, se que estás sufriendo, pero escúchame-
El caballero trató de tomar su mano, pero ella con miedo y las pocas fuerzas que tenía se alejó de él. Pasaron varios minutos mientras Gabriel intentaba explicar a Andrea la situación, él habló todo el tiempo sin recibir una respuesta de la mujer, sin embargo ella escuchaba, y por alguna extraña razón, con el paso de sus palabras, ya no sintió la necesidad de correr y alejarse de él. Gabriel le explicó el porqué de su situación, diciéndole que su hijo moriría sin su ayuda, y que además, ella también moriría, pero la débil mujer aún no contestaba, el hombre se empezó a desanimar, seguía insistiendo pero ella no decía nada. Pasaron horas y la noche se hacía llegar, Andrea se ponía cada vez peor pero no hacía caso a las insistencias del desesperado hombre, haciéndose presente la llegada de la luna, Gabriel se rindió, sabía que Andrea estaba muy débil y podría llevarla con facilidad, pero el sentimiento que ella logró penetrar en él le impedían hacerlo, con la luz de noche sobre ellos y con la cabeza gacha, el caballero se paró y dio la media vuelta, resignado comenzó a caminar bajo la lluvia todavía presente.
-Siempre soñé con morir de una manera digna, creo que no tendré nunca una mejor oportunidad que ser sacrificada para regalarle mi vida a un niño-
Al escuchar esto, Gabriel volteó extrañado, Andrea trato de levantarse con las pocas fuerzas que le quedaban, pero volvió a caer, el caballero la ayudó a parar.

No tardaron mucho en llegar a la casa, Andrea ya se encontraba un poco peor pero insistía en ser rápidos para ayudar a Carlos, entraron al cuarto en donde estaba el piano, se llevaron una sorpresa al encontrar al niño en la sala, luchando por respirar, su piel estaba cortada y pálida, su cuerpo sin fuerzas, se podía notar que había llorado, Gabriel se desgarró al ver esto, corrió hacia él y trató de hablarle en seguida, la debilidad de su cuerpo ya no le permitía contestar, el padre lo abrazó más fuerte que nunca, al hacer esto, llegaron nuevamente recuerdo a él, su esposa gritando y su hijo naciendo, el piano en el teatro y el rostro de su amada sufriendo, los mismos de todas las noches, Gabriel no podía más, le gritaba a su hijo desesperado, no quería perder al único que le quedaba de la misma forma que a quien alguna vez amó. Andrea pudo notar el aspecto de Carlos, sin saber qué hacer ni qué pensar por un momento, el dolor se transmitía, ella sufría con ellos, pero al voltear, vio el piano, rápidamente y con las pocas fuerzas que tenía corrió hacia Gabriel y le dijo que era el momento, ese niño no debía morir, y entonces Carlos fue cargado en brazos de su padre y recostado sobre el instrumento, el caballero y la dama se sentaron y los dedos del hombre acomodaron un melancólico do menor, el primer acorde se escuchó con fuerza y se sintió en los cuerpos de Carlos y Andrea, la vida de la mujer comenzó a salir de su cuerpo de color blanco, se fusionaba con el piano, arriba de él, el niño era cubierto por ella como si fuera neblina, Gabriel tocaba y sentía dentro de él el sufrimiento de su hijo, su rostro transmitía el coraje con el que interpretaba la melodía, de su ojo salió una lágrima que resbaló por su mejilla, la dama comenzó a luchar desesperadamente por su respiración, en el niño no se veía mejoría, y la mujer se desvanecía, poco a poco se iba de este mundo, y a la mitad de la melodía, su último respiro la dejó ver como Carlos abrió los ojos mirándola profundamente por un segundo, como si le agradeciera, la mujer sonrió por última vez y cayó muerta. Gabriel pudo ver a su hijo al fin con fuerzas para moverse, el niño recuperó un poco el color de su piel, pero aun seguía muy débil y la vida de la mujer se había acabado, el pianista no lo podía creer, pasaba por segunda vez, seguía tocando mientras recordaba la tormentosa noche en que su amada murió, la impotencia lo mataba y las teclas del piano se apretaban más y más fuerte, Gabriel se desgarraba en ese momento como si se desquitara con el mundo, y la melodía se tornó completamente estruendosa, los finos dedos ahora golpeaban el instrumento como reclamándole, y todo el coraje lo invadía, seguía tocando y de su boca salió un grito, gritaba por la vida de su hijo, por la vida de él a toda costa, fue el momento en el que la magia de la maldición sabía que Gabriel se estaba sacrificando, de su cuerpo salió expulsada tanta energía que el lugar se llenó de luz, no había más que el amor de un padre ahí, en un segundo todo ese resplandor entró al cuerpo de Carlos y Gabriel cayó al suelo. Carlos se recuperó en ese momento, pero no sabía qué hacer, vio a su padre muerto enfrente de él, rápidamente bajó del piano y corrió hacia él, se hincó en el suelo y lloró en su pecho, le gritaba desesperado pero su padre ya no respondía.

Al día siguiente, Carlos descubrió los cuerpos de todas las mujeres que le habían dado vida el enterrar el de su padre y el de Andrea en el jardín trasero de la casa, se daba cuenta de todo… Salió de su casa muy melancólico, el día aun era nublado, hasta el sol parecía estar de luto, se sentó a esperar la noche en un árbol deshojado que se encontraba fuera de su hogar, entonces una bella mujer pasó y extrañada le preguntó:
-¿Por qué estás aquí solo?, en un momento lloverá, mejor entra a tu casa-
Carlos la miró un instante, justo en ese momento en sus pensamientos escuchó: “El día en que ese piano no cante su melodía, tú morirás…”, se quedó pensativo unos segundos y le dijo a la mujer:
-Sí, gracias, ya voy a entrar… por cierto, tengo un piano ahí adentro, ¿Quiere escucharme tocar?-
La mujer creyó este acto muy tierno y aceptó, entraron a la casa, se sentaron en el piano y Carlos comenzó a tocar con un melancólico do menor.

lunes, 11 de febrero de 2013

Permanecer dormido

Quiero dormir, y permanecer dormido,
porque estando lejos de ti, es la única forma en la que puedo acercarme.

Quiero soñar, y permanecer soñándote,
porque es sólo en lo onírico que puedo tocarte.

Quiero pensar, y pensarte como nunca,
porque "nunca" lo es todo y tú eres mi todo.

Te quiero a ti, te quiero aquí conmigo, pero por ahora,
tan sólo queda permanecer dormido...

lunes, 21 de enero de 2013

Pensamientos de viajero

Murió una bonita noche, en el cielo se dibujaba una luna grande y rojiza, de esas que no se ven muy seguido, dejando atrás sonrisas y alegrías, inundando el presente de lamentos y arrepentimientos, y es que los que sufren más son los que tienen más remordimientos, aun así está la nostalgia del no volver a verla. Sólo una solución he podido encontrar, y es el disfrutar de ellos todo el tiempo, decir te quiero, demostrarlo, ser bueno con los que quiero. Y en su lecho de muerte, un momento antes de dejar de existir, justo ese momento en el que mi imagen pasó por su mente, me recordó con alegría, y cuando cerró los ojos y durmió eternamente, lo hizo con la sonrisa que mi recuerdo dejó en ella, sonrisa que pude sentir hasta el fondo de mi ser, podré dejarla ir tranquila, ya no habrá remordimientos...

"Y todos iban de negro, yo quise ir de blanco, un color alegre, como la alegría con la que sé que me recuerda..."

Descansa abuelita.