La sangre ya corría por el suelo,
como dibujando con carmín el dolor que sintió su víctima cuando con la vieja y
oxidada navaja para rasurar, abrió su torso en línea recta, desde la garganta y
hasta la pelvis. Lo hizo de manera tan exacta que cualquiera pensaría que era
un experto, pero no, no era más que la devoción con la que estaba matando, la
satisfacción de saber que él lo merecía.
Lo primero que destrozó fueron
sus cuerdas vocales, a lo largo de su vida había dicho palabras horrendas, no
merecía hablar más, y mientras que con las grandes y pesadas tijeras cortaba su
tejido como carne cruda, su desesperación lo obligó a emanar el último sonido
de los minutos que le quedaban de vida, el eco del desgarrador grito sonó
furiosamente hasta que el último corte lo detuvo, todo quedó en silencio.
El olor de la madera húmeda en
las paredes se mezclaba con el de la sangre que aun salía de su cuerpo, y
aunque lo veía sufrir, inhalaba fuerte, deleitando su olfato, pronto el aroma
cambió, se volvió fétido cuando el cuchillo sin filo cortó dificultosamente sus
intestinos, qué ironía, toda su vida había cubierto de mierda a los demás, esta
vez fue su turno.
Y así, con las manos repletas de
mierda, el asesino tomó un picahielos. La blanca luz de luna que entraba tenue
por la ventana sería la última que vería antes de que la mano de su homicida
introdujera su instrumento por el centro de su iris derecho, con un movimiento
lento deslizó su globo ocular hacia afuera, resbalando suavemente, haciéndolo
sufrir en silencio hasta salir por completo de su rostro. Después de todo era
lo mejor, con esos grises ojos siempre vio la amargura a su alrededor, siempre
lo disfrutó, esta vez le tocaba sufrir, pero su ojo izquierdo permaneció, no
era justo que no viera por completo su masacre.
Siguió con su mano izquierda,
protagonista de tantos cuellos estrangulados. No tenía más que un trapo sucio
que amarró en su brazo, pues el desangramiento no era una opción, después tomó
el viejo serrucho y firmemente acarició su muñeca con él, cortando lento pero
constante mientras el cuerpo del mutilado se retorcía en dolor, un
satisfactorio dolor.
Estaba a punto de terminar, cada
uno de los simbolismos del ritual estaban casi completados. El ambiente que se sentía
en el lugar era repugnante, pero el moribundo joven ya estaba acostumbrado, así
había envenenado el aire del que respiraba la sociedad en la que se
desenvolvía, y de repente sintió una navaja entrando por su pulmón derecho, fue
un golpe rápido que en seguida salió, una mezcla de sangre y líquido pleural
entró a su órgano dañado y lo comenzó a ahogar, la respiración se tornó ardua,
se escuchaban como gárgaras jadeantes en su garganta luchando por sobrevivir un
instante más, fue en ese momento que con las pocas fuerzas que le quedaban, se
levantó de la esquina del cuarto en el que fue torturado, tomó la última
herramienta de la mesa de madera podrida y caminó hacia el espejo al otro lado
de la habitación, y ahí se visualizó, moribundo, desgarrado, destrozado pero
satisfecho. En un último acto de conciencia, supo que no debía morir de manera
menos cruel, y aun no se comparaba con el sufrimiento que él profesó, levantó
la daga que sostenía con su mano derecha, extremidad que materializaba a su
asesino, pues la izquierda yacía al otro lado de la habitación, y la introdujo
justo en el centro de su menos preciado órgano vital, su insensible corazón, el
que nunca había latido, fue hasta ese momento que un único acto lo hizo vivir, y
en seguida murió lleno de amor, amando la excitante culminación de su
apasionante suicidio.
Solo un consejo, trata de poner imágenes en tus artículos,escribes mucho,pero muy buen contenido.Suerte
ResponderEliminarPásate por mi blog http://jushimu.blogspot.com/ Tal vez encuentres algo que te sirva,